martes, 25 de diciembre de 2007

A Christmas Carol -Cuento de Navidad-





La primera vez que leí Cuento de Navidad de Charles Dickens fue precisamente en esas fechas, cuando yo era adolescente, antes, cosa extraña, no había tenido ocasión, y entonces tampoco fue lo que diríamos una lectura muy ortodoxa, porque lo leí convertido en cómic, eso sí, un cómic muy fiel al original que aparecía en una revista como suplemento-regalo navideño. Los dibujos eran magníficos y la historia, ¿qué os voy a decir que nos sepáis ya?; a mí me impresionó y mucho, pero continué sin leer el original, no por ningún tabú en concreto sino, así de sencillo, porque el libro no cayó en mis manos.


Años después, el cine me trajo de nuevo la historia protagonizada por Albert Finney, un estupendamente odioso Ebenezer Scrooge, y la magia del relato se hizo presente otra vez... hasta que, por fin, con toda una vida de retraso, pude leerlo.


Charles Dickens escribió Cuento de Navidad en 1843, entonces se denominó –y este es su verdadero titulo-, A Christmas Carol, Canción de Navidad, traducido aquí por Cuento de Navidad que es como se le conoce, y lo escribió por encargo prácticamente; se necesitaba un cuento de Navidad, y constituyó todo un éxito, luego vendrían más, pero ninguno alcanzaría el mismo impacto, ni siquiera El grillo del hogar, que, después del que nos ocupa, tiene mucha nombradía.

El acierto del Cuento de Navidad se basa en que la fábula recurre a los fantasmas –de hecho Dickens lo subtituló Cuento navideño de fantasmas-, y a esos tres famosos Espectros, el de las Navidades Pasadas, el de las Navidades Presentes y el de las Navidades Futuras, que consiguen atemorizar al viejo avaro de Ebenezer Scrooge aunque también le ofrezcan una oportunidad de arrepentimiento por ser Navidad, y el egoísta Scrooge se redime, pero no sólo por Navidad sino para siempre.



(Se convirtió en tan buen amigo, tan buen señor, tan buen hombre, que fue el mejor del que se había sabido en toda aquella buena y vieja ciudad o en cualquier otra buena y vieja ciudad, pueblo o barrio de este bueno y viejo mundo.)

Es decir, la moraleja se halla en que cualquier persona no debe hacer "limpia" por esas fiestas y luego continuar igual que siempre; la "limpia" ha de permanecer, no se trata de dar una limosna para acallar nuestra conciencia. Scrooge cambia para siempre y es así como debe ser, de ahí la lección que se desprende de este cuento victoriano, por otra parte el hábil cuadro de unos estratos de la sociedad no muy piadosos e incluso oportunistas –las mujerucas y el de la funeraria que llevan a mal vender el menguado botín robado a un muerto.


Según sus biógrafos, Charles Dickens amaba la Navidad y disfrutaba en ella, como un chiquillo más entre sus hijos; lección a aplicarse todos aquellos que por pose progre, por sistema o empujados a ello por quién sabe que inconfesados traumas infantiles, proclaman a los cuatro vientos su odio o desapego hacia esta fiesta plenamente invernal y cuya antigüedad se remonta a los tiempos paganos, o sea a las legendarias saturnales, porque Dickens, mejor que los eternos descontentos, supo de lo que es una Navidad, muchas Navidades, sin magia y con hambre, frío y desolación; prácticamente careció de una infancia feliz y desde temprana edad supo lo que era la vida en su faceta menos amable, pero no por eso se convirtió en un resentido ni en un cascarrabias Scrooge –cuando le asistía todo el derecho de serlo-, y supo conservar la ilusión, y, sobre todo, transmitirla para que cada año, a finales de diciembre, pueda haber personas de buena voluntad en este mundo nuestro, que leyendo su Canción de Navidad, lleguen a captar el verdadero espíritu que encierra la historia, es decir, ese mensaje de esperanza que decide apostar por el lado positivo de la existencia.


¡Qué se pueda decir esto igualmente de nosotros, de todos nosotros! Y también, en palabras del pequeño Tim, ¡que Dios nos bendiga a todos y a cada uno!

miércoles, 12 de diciembre de 2007

¿Leer o no leer?... ¡He ahí el problema!

Sí, y un problema verdaderamente difícil de resolver, no solamente que en este país se lea poco si lo comparamos con otros, sino que los escolares apenas pasen de tres renglones escritos que puedan comprender o asimilar.

No quiero parecer retrograda puesto que yo también uso de las tecnologías modernas, pero, tal vez porque nací en otra época en la que si bien una imagen valía más que mil palabras, todavía no nos dejábamos absorber por ella y leíamos, lo que significa que nuestra mente se ejercitaba y a través de la letra impresa navegábamos, por supuesto en otro sentido, por los mares de la fantasía cosa que hacía trabajar a las neuronas; al no darnos las imágenes hechas, teníamos que inventarlas y ese esfuerzo no creaba dolores de cabeza, al contrario, permitía que el cerebro evolucionase. Posiblemente soy reiterativa insistiendo en el ejemplo, pero más desoladoramente repetitivo es comprobar que los pre adolescentes no pasan de la lectura de tres líneas escritas y luego, aturdidos, estresados como ahora se dice, recurren al bálsamo adormecedor del móvil multiusos o a la playstation de turno. Les cuesta retener una lectura de tres renglones escritos pero no quedarse hipnotizados ante el constante movimiento de una pantalla luminosa, pues de hipnótico mucho tienen. Las imágenes te lo dan todo hecho, ¿qué necesidad hay entonces de pensar?

Este no es un buen camino y me hace recordar aquel cuento tan famoso que se llama “Las aventuras de Pinocho”, y que Disney primero, y otros muchos después, llevaron al cine. ¿Alguien recuerda, memoria visual, la Isla de los juegos a dónde se conduce a los niños para que se diviertan eternamente?

Creo que valdría la pena que los padres leyesen a sus hijos este capítulo en el libro, lo digo, más que nada, porque si los chiquillos no lo entendieran, demasiada concentración, tal vez sus padres, con mucha paciencia, pudieran hacérselo comprender.


Recordad una cosa: leer no es malo, no muerde.

*Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública puede medirse la cultura de un pueblo. John Steinbeck.

*En Egipto, a las bibliotecas se las denominaba “tesoro de los remedios del alma”. En efecto, curábase en ellas la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y origen de todas las demás. Jacques Benigne Bossuet.

*La lectura fue mi primer amor. Sin ella no podría vivir. Diane Setterfield.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Una anécdota sorprendente

Sí, una anécdota de las que ya no se estilan actualmente y que puedo contar en primera persona porque yo soy una de las protagonistas, la segunda es mi primera novela El otro jardín escrita hace muchos años y auto publicada también mucho tiempo después; actualmente se halla descatalogada y a mí me quedan unos pocos ejemplares que amarillean y cuya cubierta plastificada se suelta por varios sitios. El tercer protagonista de la historia es un lector, el perfecto lector desconocido del que el autor nada sabe hasta que un día aparece en tu vida, en este caso, mandan los tiempos, vía e-mail.

Hace poco más o menos un mes recibí por correo electrónico una inesperada petición, el Lector Desconocido acababa de dar señales de vida: hacía 25 años, cuando el tenía 18, visitando la sección de librería de unos grandes almacenes, vio el lomo de un libro sobresaliendo tímidamente entre otros muchos, le llamó la atención y lo sacó, ojeó la cubierta, le gustó, leyó la contraportada y aquella novela atrajo su interés, obviamente fue adquirida, y aquí viene la otra parte de la historia que conforma esta anécdota.

Veinticinco años más tarde, el Lector Desconocido se cambia de piso y en la mudanza, mi libro El otro jardín, se pierde. Él lo había conservado en su biblioteca durante todo ese tiempo, lo que ya es significativo de cara a un escritor, y al comprobar su falta, buscó en Internet hasta dar con la autora poniéndose en contacto conmigo para solicitarme se la enviase –y hemos de tener bien presente que nunca he colgado en mi página web la novela en cuestión.

Lo increíble de esta pequeña historia, que en sí misma parece un relato de ficción, es la fidelidad del lector a la obra a través y a pesar de los años transcurridos, fidelidad que le empuja a su búsqueda por la red hasta encontrar una referencia que le conduce a quien la escribiera, entonces el Lector Desconocido deja de serlo y los dos extremos coinciden.

Por supuesto le he enviado El otro jardín, que pese a su título no se trata de una novelita rosa, ni de un cuento de hadas, sino de una novela que pudiéramos denominar psicológica y apta sólo para mayores.

Esto ha sido todo, un lector contento de volver a recuperar la novela perdida y una autora maravillada de que incluso hoy en día puedan tener lugar anécdotas semejantes.

viernes, 19 de octubre de 2007

Adriel B., y los ratones alcohólicos

Leí no hace mucho que experimentos efectuados con ratones y ratas para erradicar el alcoholismo del ser humano, habían dado excelentes resultados; según parece estos experimentos venían precedidos de otros que se hicieran antes para quitar del vicio del tabaco con óptimos resultados, y yo me pregunto, ¿desde cuando ratones y ratas frecuentan los bares como clientes y, además, fuman?

Aunque este tipo de roedores se parecen bastante genéticamente a los humanos, tanto que podríamos llamarlos primos, o al menos eso afirman quienes guiados por sus estudios científicos de parentescos entienden, lo cierto es que no deja de sorprendes el hecho de que unos animalitos entre cuyas costumbres no se halla ni el beber alcohol ni el fumar, puedan ser curados a nivel de laboratorio. ¿No sería mejor experimentar con adictos al alcohol y al tabaco?

Este interrogante se dirige directamente a la ciencia, mejor dicho, a sus sumos sacerdotes los científicos. Que un ratón, o una rata, se vuelvan abstemios o no fumadores, francamente lo encuentro de chiste malo; ¿saben esos científicos bien lo que se dicen?

Yo he escrito una novela Adriel B., en la que hablo del alcoholismo y no en plan de cuento de ciencia-ficción sino como una triste realidad, y no hablo por hablar ya que investigué a fondo sobre el tema documentándome y asistiendo a reuniones abiertas de Alcohólicos Anónimos y ningún super roedor salva a mi protagonista de su alcoholismo. No hay fórmulas mágicas, Adriel es alcohólica y aprender a convivir con su enfermedad sin recaer en la adicción, es una labor de buena voluntad y disciplina no de componendas milagrosas ni en base a experimentar con unos animalitos que nunca se han distinguido por su afición al vino.

Ya sería hora de que dejase de investigarse a través de los animales para erradicar tanto adicciones como enfermedades humanas, y de someterles a las torturas que se les infligen como las pruebas de alergias con productos de belleza femeninos; ni perros ni gatos, ni otros animales, se pintan los ojos o los labios, se tiñen el pelo o se aplican maquillaje, o gastan en perfumes y colonias o se aplican cremas rejuvenecedoras, ¿a qué viene pues el utilizarlos en experimentos totalmente fuera de lugar?


Las enfermedades de los humanos, y sus alergias, a los humanos competen, y bastante gente se ofrecería gustosa a esas pruebas, medio pago, naturalmente.

Los tests serían mucho más fiables entonces, como cuando se realizaron experimentos sobre resfriados con personas voluntarias.

Esto me trae a la mente a Christopher Reeve, el tristemente desaparecido Superman, que se ofreció sin remilgos a cuantas pruebas quisieran hacer con él, para intentar devolverle el movimiento.

¿Cuesta tanto ser razonable?

domingo, 7 de octubre de 2007

El traje nuevo del emperador



Cuando Dan Brown se hizo famoso con su Código da Vinci, empezaron a lloverle las críticas desde dos frentes por completo opuestos, y es acerca de uno de ellos sobre el que deseo escribir.

Tal vez porque el éxito desata muchas envidias, nadie quiere reconocerle talento como novelista, e incluso se insinúa que él no escribe sus obras sino que es su esposa quien lo hace, pareciendo que con esta nueva acusación se le desprestigia aún más, primero no es buen escritor, después no es autor de lo que firma; si nos atuviéramos a esto último quedaría zanjada la cuestión de una manera bastante incongruente, ¿no os parece?



Pero, vamos a ver, ¿en qué consiste ser un buen novelista? En literatura no hay reglas fijas que lo determinen por la sencilla razón de que quien decide finalmente siempre es el público por encima de críticos pedantes u operaciones de marketing oportunistas, y esto se ha visto ampliamente confirmado no sólo con la acogida que ha tenido su libro sino, lo uno ha traído lo otro, por que ha creado escuela. A los hechos me remito, salir El código da Vinci y crecerle secuelas como hongos, todo ha sido uno; lo más gracioso del caso es que estos imitadores también le critican cuando, estando muy por debajo de él, no hacen más que seguir sus huellas.


En literatura sucede como con El traje nuevo del emperador -aquel cuento que Andersen escribió inspirándose en otro-; es de buen tono decir que se ve un traje inexistente si los que saben más que nosotros (?) afirman que así es, y sólo los niños, en el cuento, pueden señalar la verdad. Digo bien en el cuento, en la realidad es mejor callar o criticar, todo antes que decir nuestra sincera opinión respecto a la obra de Dan Brown. Yo no comparto ese modo de pensar y pregunto: ¿a qué se llama escribir bien?, o, ¿qué se entiende por escribir bien?


Para mí novelar bien es hacer una obra, luego inolvidable en el recuerdo, que tenga garra e interés, y que haga que la leas casi de un tirón, siendo eso precisamente lo que encontramos en las novelas de Dan Brown. ¿Acaso Asimov era un académico de la lengua?, no, pero sus novelas siguen siendo leídas con avidez por los amantes del género, y nadie puede negarle el éxito obtenido en sus primeros tiempos, porque después, según parece, vivió de ello e incluso echó mano de "negros" literarios ya que su producción es exhaustiva y bastaba con que oficiara de supervisor.


La literatura se divide en dos grandes sectores, literatura de evasión y literatura comprometida, trascendente y con mensaje. No obstante, seamos sinceros, ¿quién no prefiere ese tipo de evasión a deprimirse leyendo una novela que nos pone un espejo delante de los propios ojos, recordándonos nuestras miserias, nuestras angustias y nuestros miedos? No es que le niegue el mérito a este tipo de literatura, lo tiene, pero no se han de denostar las novelas de evasión por miedo a pasar por inculto o ignorante, hay que tener esa valentía y huir del snobismo, aunque, lo cortés no quita lo valiente, honestamente, puedan conciliarse ambas vertientes, ya que los extremos nunca son recomendables.


Yo he leído novelas de profundos y sesudos autores que parecían jugar a la ceremonia de confusión con sus textos, argumentos semejantes a muñecas rusas y que, en este caso, no conducen a ninguna parte ya que el laberinto comienza en el primer capítulo y después se hace tan sumamente intrincado que desde luego, cuando llega el final, descansas pero te consideras ligeramente estafado, por no decir del todo, leyendo un desenlace que parece burlar tu buena fe al haberte hecho recorrer pacientemente el itinerario de una novela envuelta en el caramelo de trascendencias filosóficas que después se diluyen en la nada.


De una de estas novelas leí la crítica y me hizo mucha gracia ver como quien la redactara parecía un equilibrista en la cuerda floja intentando justificar tal cúmulo de divagaciones a cual más absurda, y luego, al finalizarla, el pobre crítico afirmaba que el universo creado por X, era sumamente abstruso para ser comprendido sin pararse a meditarlo con detenimiento, supongo que resultaba obligado atestiguar que el emperador había estrenado un nuevo traje.


De manera casual, mientras empezaba a escribir el presente artículo, he leído unas declaraciones del profesor de arte y experto mundial en delitos artísticos, ahora también escritor, Noah Charney, quien hablando de El código da Vinci, dice significativamente que si bien el libro le enganchó pero que era frustrante por sus inexactitudes –vuelvo a repetir que en ese tema no entro-, pensó "que si podía alcanzar la misma fuerza narrativa, solo contando la historia cierta de todo lo relacionado con el mundo del arte, tendría la combinación perfecta".


Fijémonos que menciona "la misma fuerza narrativa", es decir que le reconoce a Dan Brown al menos un mérito y no se recata en admitirlo, cosa que no hacen otros cuando se muestran disconformes con su obra.


Y a eso voy precisamente, a la fuerza narrativa de Brown, que sea cual sea el tema que desarrolle lo hace con pulso de novelista; el lector comienza intrigado por una situación impactante y misteriosa, continúa leyendo y la aventura servida no le defrauda en absoluto, tomemos por ejemplo su primera novela La fortaleza digital, o La conspiración, o Ángeles y Demonios, y nos hallamos ante historias trepidantes cuyo interés no decae ni un segundo y al que de todo corazón le agradeces que, al menos por unas horas, te haya apartado de la siniestra tensión existencial del mundo en el cual vives.


Pura carpintería literaria, muy bien manejada y expuesta y de la que mucho novatillo criticón podría tomar ejemplo, y también alguna pluma de las llamadas consagradas, sobre todo en nuestro país, ahora que a varios les ha dado por apuntarse al carro de las intrigas de un género que podríamos denominar "browniano".

viernes, 28 de septiembre de 2007

Alcoholismo y literatura

Últimamente, los medios de comunicación, vienen divulgando una campaña destinada a alertar sobre los peligros del alcohol. En ella se reconoce ya que el alcohol es una droga dura, que no se trata de un vicio vergonzante sino una enfermedad y muy grave.

Si tenemos presente que el alcohólico nace y no se hace, es decir, que la persona lo lleva dentro, que es una enfermedad, que es genético y por ello hereditario –esto, refrendado por las estadísticas, que luego han venido a apoyar investigaciones médicas–, lo más importante es no llevar a nadie, a temprana edad, a su descubrimiento, o sea que no es recomendable iniciar a los niños en su consumo, inducidos por el erróneo pensamiento de que: "el vino da sangre, el vino da fuerza, el vino abre el apetito", e incluso, "el vino ayuda a hacer la digestión".


A nadie le agrada el que le señalen como alcohólico ni en el seno familiar es plato favorito tener algún pariente directo que lo sea, pero fingir y encubrir, o decirse a uno mismo "que no pasa nada, que sólo son unos vinos que han caído mal", es la táctica del avestruz.


Existen tres clases de personas bebedoras de alcohol: el bebedor social, que no es alcohólico, pues se toma unas copas pero no reincide en su abuso, el bebedor fuerte, que no es alcohólico pero que puede ingerir grandes cantidades de alcohol y que en cuanto su salud se resiente y con ello su entorno, se detiene, y el bebedor compulsivo, el auténtico alcohólico, que apenas prueba el alcohol sigue bebiendo a todas horas porque le es imposible dejarlo.


Es inexacta la afirmación de que a un alcohólico le empuja a la bebida cualquier problema, ya que para el alcohólico tanto disgustos como alegrías le inducen a beber; son su justificación a la bebida.


Se dice que Edgar Allan Poe se dio a ella después de la muerte de su esposa Virginia, pero eso no es cierto; él ya era genéticamente alcohólico y los sufrimientos vividos no fueron sino la excusa oficial para justificar una enfermedad que entonces no recibía este nombre, y aun hoy en muchos casos, tampoco.


Tenemos también al jovencísimo poeta Rimbaud que solamente tuvo cuatro años de actividad poética, desde los catorce hasta los diez y ocho, regados por el alcohol al que añadió otras substancias en compañía de Verlaine.


A Fernando Pessoa, cuyo final fue muy similar al de Poe: cirrosis, delirium tremens y muerte.


A la novelista alcohólica Carson McCullers.


A Ernest Hemmingway y su reconocida dependencia alcohólica.


A Dashiell Hammett, uno de los "padres" de la novela negra norteamericana.


A James Ellroy, a quien la literatura salvó de morir por causa del alcoholismo heredado de su padre. También en su caso, en apariencia, el desencadenante fue el salvaje asesinato de su madre que le ha traumatizado para siempre desde la infancia.


Y aunque cronológicamente no le pertenezca el último lugar de esta breve lista, R.L. Stevenson fue un gran bebedor, hasta el punto que minutos antes de caer fulminado por el ataque de apoplejía que le condujo a la tumba, llevaba una botella de vino en su mano.


Precisamente es Stevenson a quien debemos una descripción en primera persona de lo que puede ser el alcoholismo ya que en su novela, "El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde" el más célebre estudio literario de un desdoblamiento de personalidad física y mental que refleja magistralmente la transformación absoluta a la que fuerza el alcohol, nos describe como las buenas personas se llegan a convertir en monstruos reales tanto para los demás como para ellos mismos, ya que si en el alcohólico en activo su único amor es la botella, su única razón de ser y de vivir, ni padres, ni hermanos, ni esposas, ni maridos, ni hijos, para el doctor Jekyll la pócima milagrera se convierte en su exclusiva pasión hasta que, ya definitivamente Hyde, un breve instante de lucidez le hace acabar con su propia existencia, lleno de horror ante el engendro en el que ha degenerado.


Si releemos atentamente esta novela corta de Stevenson, descubriremos en boca del doctor Jekyll, los eternos razonamientos de cualquier alcohólico:


"Para tranquilizarte, te diré una cosa: puedo deshacerme de mister Hyde en el momento que lo desee. Te doy mi palabra al respecto y te lo agradezco nuevamente."


(Y en su descripción de los efectos de la pócima)


"Fui presa de los más terribles tormentos: un crujir de huesos, una náusea mortal y un horror del espíritu que no podría ser superado ni en la misma hora del nacimiento o de la muerte. Esta agonía pronto empezó a pasar, y, como quien sale de una grave enfermedad, me fui recobrando. Había algo nuevo en mis sensaciones, algo indescriptiblemente nuevo y, a causa de esta misma novedad, increíblemente dulce. Me sentía más joven, más ligero, más feliz en lo físico; interiormente, tenía conciencia de una fuerte temeridad, en mi imaginación se atropellaban desordenadas imágenes sensuales, los lazos del deber se aflojaban y experimentaba un desconocido, pero no inocente, sentimiento de libertad en el alma."


Por último transcribo este fragmento, singularmente revelador, en la obra de Stevenson:


"No creo que cuando un alcohólico razona consigo mismo acerca de su vida tenga conciencia de los peligros a los que se expone su embrutecedora insensibilidad física."


Todo esto nos lleva a una reflexión, ya que hablamos de literatura, y es que el alcohol no es, entre otras muchas cosas, fuente que inspire, ni nunca lo ha sido y creerlo constituye un grave error puesto que induce a muchos escritores noveles a confundir los términos suponiendo que cuanto más borracho se esté mucho mejor se escribirá, leyenda que hay que erradicar; el alcohol destruye el cerebro a menos que se pare a tiempo; todos estos escritores mencionados no fueron geniales por causa del alcohol sino a pesar de él ya que habrían sido muchísimo mejores sin semejante dependencia, empezando por sus propias vidas que no hubieran conocido el infierno.

viernes, 14 de septiembre de 2007

El horror en los cuentos infantiles

Hace un par o tres de años, más o menos, se descubrió que los Hermanos Grimm habían "censurado" Blancanieves y los 7 enanitos al convertir a la madre de la protagonista, aquella que mientras borda ve caer la nieve por el ventanal, en madrastra, porque desde luego no estaba nada bien visto, y sigue sin estarlo, que una madre pretenda eliminar a su hija, en el caso del cuento con la reincidencia de varios intentos seguidos, para los que no lo sepan: peineta envenenada, corpiño demasiado apretado, y, cómo no, la famosa manzana.

Al tratarse de un cuento infantil se desató una polémica bizantina al respecto, que por suerte para los Grimm no les llevó a los tribunales por razones fáciles de comprender.

La polémica amparábase en que se había tergiversado el cuento, es decir, en que se nos había estafado silenciando la verdad, como si semejante verdad fuera pregonable y digna de ser tenida en consideración. Claro que no es la primera vez que se tacha de "blandos" a los Hermanos Grimm; ellos indultan a Caperucita Roja adaptándola, cosa que Perrault no hace y eso que Charles Perrault a su vez "censuró" totalmente el cuento que en su origen era mucho más fuerte que la segunda parte de El silencio de los corderos, lo que ya es decir tratándose de un cuento infantil... Infantil no sé hasta que punto, la verdad, porque originariamente la relación del lobo con la niña encerraba connotaciones de pedofilia, si vemos en el lobo a un adulto disfrazado, que tal era la idea, y para más inri, todo concluye en un banquete perverso que tiene a la abuela como plato principal degustado entre ambos en buen amor y compañía.

En los cuentos infantiles que leemos a nuestros hijos cuando son pequeños, porque al crecer ellos se buscan sus propias lecturas, se esconden historias horripilantes que estremecen a poco que indaguemos y lo que sorprende es que nadie lo advierta aunque se capten señales delatoras.

Por ejemplo, Piel de Asno es un "inocente" cuentecito que trata del asedio incestuoso de un padre hacia su hija, La Bella del Bosque Durmiente, título real de La bella durmiente, es ni más ni menos que la historia de una violación ya que el original hablaba de que el príncipe encontró a la joven dormida y la violó, abandonándola luego a su suerte. Barba Azul nos relata los manejos de un perfecto asesino en serie, y el canibalismo campa por sus respetos tanto en Pulgarcito como en Hansel y Gretel, poniendo además de relieve en ambos cuentos el abandono criminal de unos padres que los echan al bosque para que se busquen la vida, actitudes que luego se suavizarán en otras versiones al mencionarnos a una malvada madrastra como inductora y a un padre débil y manejable.

Los tres cerditos tienen, como muestra de justicia, connotaciones poco recomendables con el fin en la olla hirviente del famélico lobo, y por lo que hace a Ricitos de Oro y los tres osos la auténtica versión no tenía nada de ingenua.

El cuento de Repunzel tampoco es, por su temática que sin decir nada claro insinúa muchas cosas, muy apropiado para la mente infantil que puede seguir tomando la crueldad como pauta al considerarla natural por lo repetida.

Repunzel, prisionera en un torreón sin puertas a merced de una bruja que la retiene desde la infancia habiéndosela arrebatado previamente a sus padres, conoce el amor de un príncipe que trepa hasta su alcoba por medio de las trenzas que ella le arroja como escalera y que descubierto por la bruja celosa, es arrojado desde lo alto sobre una mata espinosa que le deja ciego y condenado a errar por los caminos hasta que se encuentra a Repunzel, madre de un niño, quien con sus lágrimas le cura de la ceguera.

Casi todos los cuentos infantiles tienen sus orígenes en historias, o leyendas, espeluznantes y lo que resulta incomprensible es que hayan llegado hasta nuestros días, mejor dicho, hayan resistido el paso del tiempo, hasta llegar al día de hoy, por supuesto convenientemente disfrazados, como si la esencia se quisiera guardar en diferente envase.

Ese horror, sin embargo, disimulado o no, curiosamente atrae a la chiquillería como la miel a las moscas y esto me lleva a contar que en cierta ocasión pude oír unas declaraciones televisivas en las cuales la actriz Geraldine Chaplin, hija de Charlot, relataba como su padre, a la hora de dormir, les escenificaba cuentos inventados por él, de lo más pavoroso e incluso sádico y que ellos, recordemos que Charlot tuvo muchos hijos con su última esposa, no sólo se los pedían sino que se lo pasaban en grande, muertos de miedo, escuchándole.

La atracción por los cuentos siniestros perdura todavía en los adultos como legado de nuestra infancia, de ahí los relatos de terror de diferentes autores clásicos y que tanto nos gustan, Poe, Maupassant, Bierce, Bécquer, entre otros muchos, claro que estos son para mayores y lógicamente no aptos para menores, pero la semilla se esconde desvergonzadamente en los cuentos que o bien leímos o nos leyeron en la niñez, y eso es lo que me maravilla, que nadie, en otros tiempos, en otros siglos diría mejor, no se apercibiese de las barbaridades que estaba poniendo al alcance de sus pequeños oyentes. Obviamente se suponía que eran cuentos educativos ya que a más horrores la conducta futura se condicionaba y así se inspiraron en "héroes" de muy dudosa reputación, damas sanguinarias, que pueden encubrir a madres desnaturalizadas, o bien monstruos de la catadura de un reprobable Gilles de Rais que ha dejado su infernal recuerdo en la historia como individuo sin entrañas.

Yo he leído la traducción inglesa de algunos cuentos escandinavos que no tienen desperdicio ya que el cúmulo de salvajadas que en ellos se cometen erizan los cabellos, y eso se les daba también de lectura a los niños.

No entiendo el por qué semejante fórmula fuese tan explotada, aunque, deteniéndonos a reflexionar tal vez pueda agregársele otra explicación: no está de más advertir a los niños de los peligros que vayan a salirles al paso de la mano de muchas personas que aparentando ser una cosa son todo lo contrario.

Ahora bien, la tradición de sobrecoger con lecturas moralizantes, se convirtió en norma sin ser cuestionada, y así nos encontramos con un Hans Christian Andersen, la mayoría de cuyos cuentos nunca he encontrado apropiados para niños, a mí en la infancia me provocaban pesadillas, en los cuales el sufrimiento sin redención de los personajes, pocos se libraban, lo tenemos prolijamente descrito en El patito feo, Los zapatitos rojos, La sirenita, La pequeña cerillera, El soldadito de plomo, y un amplio etcétera de relatos a cual más angustioso.

En la actualidad, estos cuentos aterradores, y no me estoy refiriendo ahora precisamente a los de Andersen, pueden encontrarse en la crónica de sucesos diaria, pero en su auténtica versión sin maquillar; es de suponer que el paso del tiempo los tamice tanto que finalmente se conviertan a su vez en cuentos para los niños de siglos futuros porque, desafortunadamente, todas las épocas poseen su propia cantera.

miércoles, 25 de julio de 2007

Harry Potter: El desenlace

Por fin el secreto que se intentó proteger celosamente ya es de dominio público: Harry Potter no muere en su combate contra las fuerzas del mal. Como es lógico, yo no he leído el último libro de la saga pero sí las noticias que giran a su alrededor, y así sé, creo que más o menos como todo el mundo, que el libro tiene un epílogo, cosa con la que no contaban los fans de la serie, que demuestra la inteligencia de J.K. Rowling; cuando todos sus lectores se desgarraban las vestiduras imaginando finales irreversibles, despedidas sin vuelta de hoja, esto último suena muy literal, hete aquí que Joanne Katherine nos da una lección de buen pulso novelístico al sacarse de la manga un epílogo con el que parece dar a entender que el carpetazo es definitivo; los tres principales protagonistas, Harry, Hermione y Ron, aparecen casi veinte años más viejos, casado Harry con Ginny, y también Hermione y Ron, todos a su vez padres de familia. La niñez quedó atrás y como la Wendy de Peter Pan, nuestros héroes crecieron, sin embargo, última esperanza que les queda a sus incontables seguidores, entre ese séptimo libro y veinte años después... ¿quién sabe?, tal vez, quizá, puede ser... ¿Por qué no?, igual ocurran más aventuras, si no de ellos, de su descendencia, y así no se rompe la mágica promesa que cierra el ciclo, ¿un primer ciclo?, con el libro número 7.

Hay que felicitar a la autora y a sus editores por el éxito obtenido, por haber logrado que los niños lean y ejerciten con ello la imaginación, y que los mayores, a nuestra vez, hayamos podido regresar al mundo infantil leyendo de hurtadillas la saga, cuando no declaradamente bajo la excusa de comprobar “su grado de peligrosidad para la santa infancia”. Ojalá todas las peligrosidades que acechan el día a día normal y corriente fuesen escobas voladoras con brujo/a incorporado, dragones desfasados y magos de gorros puntiagudos que esgrimen mágicas varitas, ojalá el malo sempiterno fuese siempre lord Voldemort porque siempre habría un Harry Potter para luchar contra él, y ojalá viviéramos siempre en un mundo de sueños y no de tristes realidades, guerras, terrorismo, catástrofes medioambientales, pobreza, hambrunas, epidemias, sin posibilidad de solución las más de las veces.

Harry ha concluido ¡viva Harry!... y la herencia encantada que nos deja. Y tan encantada; su salida al mercado a partir de la media noche del 21 de julio, hito para la historia de la literatura infantil, se ha convertido en el mayor de los récords de ventas sin posibilidad de que lo comparemos a cualquier otro, ya que de Harry Potter and the Deathly Hallows, en los Estados Unidos se han llegado a vender 5.000 libros al minuto, tal como suena, claro que el esfuerzo publicitario hecho valía la pena, lo que tendría que hacer pensar a nuestras editoriales que a veces es necesario sembrar para recoger, o sea, rascarse el bolsillo en invertir mucho para ser super ventas de éxito; en este país tenemos estupendos escritores de cuentos infantiles que si tuvieran la promoción que se merecen venderían más de lo que ahora consiguen a trancas y barrancas -encima jaleados como super ventas-, y que verían sus obras traducidas a todos los idiomas, porque en España hay muy buenos autores, lo que sucede, y es un mal nacional, es que siempre lo de fuera hace más gracia que lo de dentro, cuando en el extranjero pasa todo lo contrario.

Estoy completamente segura de que si Joanne Katherine se hubiera llamado Juana Catalina, aún estaría por editarse su primer libro.

jueves, 12 de julio de 2007

La traductora de SALAMMBÓ

Yo tengo un libro que es una joya, sí, tal como suena, una de esas joyas polvorientas en el sentido literal de la palabra porque el polvo se incrustó hace tiempo en sus cubiertas, viejas portada y contraportada azules de esquinas raídas, sus páginas amarillean y abundan en ellas las pequeñas manchas de humedad color ferruginoso. Si abres el libro y las hueles no te saluda ese frío olor a tinta y papel modernos tan impersonal, sino otro muy diferente, y también muy antiecológico, por qué negarlo, de bosques que se fueron para no volver, es un aroma mágico que te hace soñar y al mismo tiempo es causa de que te remuerda la conciencia.

El libro, en concreto Salammbó de Gustavo Flaubert, se publico en París, traducido al castellano para la Casa Editorial Garnier Hermanos, sita en el núm. 6 de la rue des Saints-Pères, supongo que en el año 1895 o 1896, en todo caso siempre a finales del siglo XIX, siendo su traductora la señora María Genoveva Laude de Dutremblay, exclusiva protagonista de esta historia, en la que todos los nombres propios en francés se versionaron al castellano y así los he respetado.

María Genoveva falleció tras una súbita y rápida enfermedad el 8 de septiembre de 1894, a los dos años de haberse casado con el joven doctor Dutremblay, y como nació el 9 de octubre de 1869, podemos comprobar que murió en plena juventud, ahora bien el motivo por el cual hoy la traigo aquí, es porque en ella concurren unas circunstancias por completo inusuales para su época.

María era una señorita de familia pequeño burguesa a quien, llevada de sus tendencias literarias, le dio por estudiar idiomas, y los estudió en casa por medio de institutrices como entonces se estilaba. Así aprendió el inglés, el italiano, el alemán y finalmente el castellano, este último concretamente porque se hizo amiga de una muchacha argentina, Emilia Girondo, y para sorprenderla lo aprendió, luego, y en el último año de su vida, se dedicó a traducir Salammbó de Flaubert, y supongo que de haber vivido se hubiese dedicado al oficio de traductora, no porque lo necesitase económicamente sino por placer, o mejor dicho como reivindicación, pues sin ser feminista no me cabe duda de que María hubiese llegado a convertirse en una de las pioneras de ese movimiento ya que todo en ella parecía apuntar en tal dirección, pero no pudo al morir prematuramente; quizá hubiera llegado a ser una gran escritora, le gustaba la literatura y poseía sensibilidad y cultura, quizá al estallar la Gran Guerra Europea hubiese trabajando como enfermera ayudante de su marido, bien en el frente bien en la retaguardia, quizá... ¿Quién puede saber lo que habría llegado a hacer María de haber tenido toda una vida a su disposición? Posiblemente hoy se la mencionaría como una de las primeras mujeres traductoras ejemplo de tenacidad y decisión, y tal vez por eso mismo su vida personal pudo haber conocido cambios importantes, ¿una separación civilizada o sea, cada uno por su lado pero discretamente, un divorcio, una existencia distinta, rompedora..., escandalosa a lo George Sand?... No lo podremos saber nunca, y así María Genoveva Laude de Dutremblay, no pasará de ser otra cosa que una promesa truncada, como tantos que se han ido en plena juventud dejándonos la incógnita de un futuro que jamás vivieron.

Y para más inri, su lugar en el mundillo literario es sumamente minúsculo, una novela de Flaubert traducida al castellano que, además, se da la circunstancia curiosa que escribiese con muchas prisas como si intuyera que sus días se acababan; en realidad fue su primera y única obra, y como toda obra en papel impreso, le ha sobrevivido aunque de una manera tan anónima como lo fue su propia existencia, sin embargo ahí está, en mi librería e imagino que en algunas otras a cuyos dueños les dé, igual que a mí, por conservar libros antiguos y raros con alguna particularidad especial.

Lo único que no deja de llamarme la atención en toda esta historia, es que María eligiese una novela tan salvaje como Salammbó, escrito así el nombre en su traducción tal cual lo pusiera originalmente su autor, una obra de sexo y violencia en la que la brutalidad y la barbarie se retratan casi con voluptuosidad, y no acabo de entender el por qué de semejante elección que me hace pensar muchas más cosas de lo que sería aconsejable simplemente por respeto a la desaparecida, a quien su marido describía con estas palabras en su dedicatoria del libro a la Reina Regente de España María Cristina: El recuerdo de la más buena de las esposas...


Y a su vez J. Roy, profesor de la Escuela de Cartas y Estudios Superiores, en su introducción a la novela:

Honor grande prometía ser para las letras la joven y ya distinguida autora de la presente traducción. Pero enfermedad tan implacable como imprevista arrebató cuantas risueñas esperanzas hiciera concebir a los que hablando de ellas, encuentran perpetuo consuelo y de continuo tejen con su cariño corona de eternos recuerdos.


Añadiendo más adelante:

A la traducción de esta novela consagró el año que debía ser el último de su vida. Como si tuviera presentimiento de su brevedad, puso en esta tarea su vigor, su corazón, su espíritu todo, sacrificando distracciones y placeres (...) Invisible para los indiferentes y entregada por entero a sus deberes y a sus sueños de gloria, cifrados en este trabajo, con el cual quería extender la fama de su nombre.


Muy triste, ¿no?

Sin embargo recordemos una cosa: en su corta existencia María reivindicó con su esfuerzo y dedicación, a través de la novela traducida, los derechos de la mujer -derechos que un siglo antes ya tuvieron en Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft a sus primeras representantes-, de esa mujer que después ha podido estudiar en las universidades labrándose un porvenir independiente, o que al menos en muchos casos lo intenta, por ello, y como homenaje a su empeño en una época entonces crucial para nosotras, quiero cerrar el presente artículo con varios fragmentos de su Salammbó, respetando una acentuación y alguna que otra palabra ya caídas en desuso:

CAP. I
EL FESTÍN
En Megara, barrio de Cartago, y en los jardines de Hamilcar desarróllase la escena.
Los soldados, que habían servido bajo sus órdenes en Sicilia, celebran en gran festín el aniversario de la batalla de Erice, dándoles la ausencia de su dueño absoluta libertad para entregarse á la comida y á la bebida, como lo hacían en gran número.

CAP.VI
HANNON
Apenas si los soldados, en el desorden de lo imprevisto, tenían armas. El terror los paralizó y quedaron indecisos. Ya desde lo alto de las torres les lanzaban dardos, flechas, faláricas, pedazos de plomo; cuando algunos, para subir, se agarraban a las franjas de los caparazones, les cortaban las manos y caían de espaldas sobre los levantados aceros. Las picas demasiado débiles se rompían; los elefantes pasaban entre las falanges como jabalíes entre matorrales: arrancaron las estacas del campamento con sus trompas, lo atravesaron de un extremo á otro, derribando las tiendas con los pechos, y los enemigos huyeron, escondiéndose en las colinas, que cercaban el valle por donde los Cartagineses habían venido.


CAP. XI
EN LA TIENDA
Salammbó quieta, con la cabeza baja y las manos cruzadas, lo contemplaba. En la cabecera del lecho, sobre una mesa de ciprés, había un puñal, y ante la luciente hoja sintió un deseo sanguinario. Los lamentos, que se oían a lo lejos en la sombra, la invitaban como un coro de Genios; se aproximo, asió el hierro por el mango; pero, al roce del vestido, Matho entreabrió los ojos, acercó los labios a la mano de Salammbó y el puñal cayó.

miércoles, 4 de julio de 2007

Lo que NO debes hacer si deseas publicar un libro

Lo primero que no debes hacer es continuar arrastrando el síndrome de Caperucita Roja en la jungla editorial, es decir, abandonar toda ingenuidad al suponer que enviando tus originales a cualquier editorial ya está la cosa resuelta, porque no funciona así.

Ten presente que:

Las editoriales no suelen pedir a los desconocidos sus originales, por lo tanto, cuando se les envían ni los leen. Muchas de ellas ni tan siquiera los devuelven como no se les ruegue incluyendo sobre y sellos.
Pero lo más importante es que al no leerlos, todo el esfuerzo, preparar, ir a correos, luego esperar, suele ser en vano y, sobre todo, un matadero de esperanzas.

Otro tanto sucede con los concursos literarios, y no es necesario que se te diga que sólo los ganan nombres conocidos, tu mismo puedes comprobarlo a cada nuevo fallo de certamen. Enviar un original a un concurso es perder también el tiempo, las ilusiones, y quedar amargado por una buena temporada. Ahora bien, puedes dar con pequeños concursos que se estrenan y tal vez ahí tengas suerte porque cuantos concurren no son nombres conocidos.

Respecto a los agentes literarios, que asimismo existen en España, el trato con ellos es difícil y laborioso, porque, igual que las grandes editoriales, sólo escogen a escritores famosos, lo que significa venta segura; aquí es muy difícil encontrar al agente literario que lleve los asuntos de un desconocido, tampoco te hacen ni caso, simplemente te ignoran.

Entonces, te preguntarás, ¿qué es lo que debo hacer si quiero publicar, que me editen?; la respuesta no es fácil ni el procedimiento sencillo, y aquí vuelve a intervenir la paciencia puesta a prueba una vez más.

Yo te aconsejaría, por muy cínico que suene, que te busques padrinos, influencias, o amigos, de amigos de amigos de... De lo contrario corres el riesgo de quedar inédito para siempre. Aunque la solución intermedia podría consistir en entrar en una gran editorial como simple oficinista, chico de los recados, mozo de almacén, y no ironizo, o haber estudiado periodismo y empezar por ahí: un periodista tiene muchas más facilidades para editar gracias al medio en el que se desenvuelve. Establece contactos y los contactos son básicos a la hora de publicar, eso o los milagros, que ya no se dan.

La tercera opción la tenemos en recurrir a la imprentas digitales, que las hay muy buenas y de precios asequibles, y embarcarse en la empresa de convertirse en editor, pequeño editor, se entiende, costumbre que se va abriendo paso lentamente en nuestro país. Puede hacerse pero fallan muchas infraestructuras, la principal es la promoción de los libros, porque eso cuesta carísimo, me refiero a los anuncios, prensa, radio, tele, y entonces hay que recurrir a lo que se tiene más a mano como pueda ser Internet, rápido y barato, o, por lo menos, al alcance de quien disponga de un ordenador.

Sé de algunos escritores que comienzan a afirmarse en el mundillo literario español porque se publicaron sus libros y luego, valientemente, fueron a venderlos por las calles o llamando a las puertas, incluso de pueblo en pueblo, hubo quien vendió su libro por un plato de comida; y este singular vía crucis se vio premiado con que al gustar la novela empezando a ser comentada, grandes editoriales los detectaron contratándoles. Increíble pero cierto, aunque yo diría mejor, muy triste pero cierto.

Otro de los cantos de sirena de los que debes huir es de esos editores que te ofrecen publicar tu obra en coedición, lo que significa que tú pagarás una parte y ellos otra. No te dejes engañar; tú pagarás toda la edición sin haberte dado cuenta, no te harán ninguna promoción y al final te quedarás con algunos libros “regalados” graciosamente por el editor, eso sí, tendrás la satisfacción de haber visto tu obra en papel cosa que te llenará de una momentánea felicidad, pero nada más.

En cuanto a los libreros, que cobran normalmente el 30% por venta de libro, algunos te expondrán en el escaparate o en sitios visibles de su comercio, pero habrá otros a los que tendrás que aumentar su porcentaje si pretendes que hagan lo mismo, de lo contrario vas a tener que buscarlos con lupa por las estanterías. Bueno es saberlo, ¿no crees?

Una cosa que te recomiendo, es que cuando te decidas a enviar al mundo tu obra, sea por el procedimiento que sea, antes, la hayas registrado cuidadosamente en el Registro de la Propiedad Intelectual, así, si se diera el caso de un hipotético plagio, que puede darse por raro que parezca pues basta con difundirla inocentemente por Internet sin haber tenido esta precaución, al menos te quedará el derecho a la protesta legal.

¡Ah!, olvidaba lo más importante, si la opción que elijas te da resultado y tu libro se convierte en un best seller, corre a ponerle una vela a santa Rita, porque ¡lo habrás conseguido!

sábado, 30 de junio de 2007

¿Quieres ser escritor?

¿Quieres ser escritor?, ¿de verdad estás seguro de lo que dices?, ¿y por qué no fontanero, por ejemplo? Es un buen oficio y siempre hay trabajo seguro, o sea, tiene futuro; ¿de qué sirve una carrera universitaria si luego has de acabar barriendo calles, eso, si hay suerte?

No, no me estoy burlando ni soy cruel, es ser realista y sé de lo que me hablo porque soy escritora, ¿sabías que la profesión de escritor, profesión sí, aunque no se cobre un céntimo, es una de las de más riesgo que existen? Por supuesto que no estás haciendo equilibrios sobre un andamio a muchos metros sobre el suelo, pero los equilibrios los haces de otra manera: bailando en la cuerda floja de tus propios anhelantes e insatisfechos sueños.

Ser escritor, ¡que estupendo!, mundos enteros de fantasía que te aguardan inexplorados para rendirse a tu paso, la fama, la gloria, la tele..., la firma de autógrafos, los paparazzi... Oye, ¿tú en que mundo vives?, ¿tan depauperado te has quedado después del esfuerzo que ya deliras?

¿Qué esfuerzo?, te preguntas lleno de inocencia, muy simple joven pardillo, el esfuerzo de escribir, de crear, de robar horas al descanso si tienes la suerte de trabajar en algo que a fin de mes te represente un sueldo, o de subsistir de un paro minúsculo mientras esperas, alimentándote de tus propias esperanzas, en casa de tus padres o en cualquier sitio que te hayan alquilado una habitación, amigos-amigas; ese es el esfuerzo, ¿sabes?, pero no te sientas solo porque desde tiempo inmemorial todos aquellos que se han dedicado a la zarandeada profesión de escritor han conocido la espera desesperanzada, la penuria y la angustia de no saber si algún día, algún día remoto, muy, muy remoto, su talento será reconocido universalmente; muchos han muerto en el empeño, incluso hay quien ha elegido el suicidio, por ejemplo John Kennedy Toole, y otros del disgusto al cabo de los años de haber renunciado, o bien como Herman Melville cuyo Moby Dick fue un fracaso que le empujó a olvidarse de las novelas en aras del bienestar familiar y rip de sus ilusiones, o Emily Dickinson que nunca vio publicada su obra completa y que murió sin saber que en el futuro se reconocería su gran talento poético, o la otra Emily, la Brontë cuya única novela, Cumbres Borrascosas, le ha dado una inmortalidad que en su corta y amargada vida no llegó a sospechar jamás, o Edgar Allan Poe muerto a los 40 años en la miseria y además trastornado por el alcohol...
La galería es larga, ¿sigo?

Tal vez ahora estés frunciendo el ceño y exclames malhumorado: Bueno, ¿y qué me dices de Arthur Conan Doyle, de Dan Brown, o de García Márquez, eh?

Pues mira, hablando de García Márquez, no creas que es oro todo lo que reluce, porque este Premio Nobel lo pasó muy mal antes de triunfar, es decir, conoció ese vía crucis tan poco agradable por el que han de transitar todos cuantos quieren ser escritores, en su caso concreto: el empeño en el Monte de Piedad y también la venta de pequeñas joyas heredadas que luego resultaron carecer de ningún valor, el dividir en dos el original de Cien años de soledad por falta de dinero para mandarlo completo por correo, con el agravante de que, a causa de los nervios, enviaron la segunda parte y no la primera...

En cuanto a Dan Brown, contado personalmente por él en una entrevista televisada, al principio de su carrera y con varios libros en el mercado, cuando le llamaban de grandes almacenes para firmar, no era el público el que hacía cola esperando su dedicatoria, sino empleados de la empresa, con fin de que el escritor creyera que eran lectores suyos y no se desmoralizase en vista del poco éxito de ventas obtenido.

Y por lo que respecta a Conan Doyle, tienes que saber que sus dos primeras novelas sobre Sherlock Holmes fueron sendos fracasos que tal vez le hubieran obligado a renunciar de no haberle aconsejado un editor que en lugar de novelas sobre el detective escribiese relatos cortos.

Sé que puedes argüir que existen novelistas de triunfo rápido porque eso te han hecho creer las tentadoras sirenas del marketing; si escarbases un poco comprobarías que ese éxito inmediato se sustenta a veces en años, o traumáticos meses de espera, y para muestra ahí tenemos a Christopher Paolini y a J.K. Rowling, cuya espera previa alcanza el final feliz del mejor cuento de hadas. La Rowling porque, divorciada y madre de una niñita de corta edad, fue escribiendo Harry Potter por los cafés, con su niña al lado en el cochecito; en casa no tenía calefacción y vivía de un subsidio de la beneficencia. Tuvo que hacer copias del primer cuento de la saga y menguaba sensiblemente su economía el hacerlas, se lo devolvieron varios editores y la leyenda afirma que cuando llegó a Bloomsbury, no lo descubrió su editor precisamente sino, se afirma, la hija de éste, otra niña, al hojearlo, comenzar a leerlo y no parar hasta el final, diciendo entonces muy resuelta: ¡Quiero más!

Christopher Paolini ofrece una historia similar: a los catorce años empieza a escribir Eragon, su padre se lo publica con muchas dificultades económicas en una edición familiar, comenzando el peregrinaje de ir de librería en librería y de presentaciones en las que el joven Christopher iba disfrazado de personaje de cuento, el suyo, haciendo espectáculo, hasta que un día el autor Carl Hiasen, casado con una señora que tiene un hijo adolescente, va de vacaciones al pueblo en donde vive el joven novelista y su hijastro entra en una librería, encuentra el cuento, lo compra, se lo lee y convence al marido de su madre para que a su vez lo lea “porque es estupendo”... El resto es bien conocido: Carl Hiasen se pone en contacto con la editorial que le publica sus libros, y Paolini entra en la leyenda de los afortunados. ¿Puede hablarse de que las cosas se solucionaron por arte de birlibirloque?, ¿de qué el éxito llovió del cielo?, me parece que no porque fueron años de trabajo duro antes de conseguirlo.

El único caso que conozco en el que efectivamente la buena suerte interviene sin ser “ayudada” por intermediarios influyentes, es el de Ágatha Christie que escribió casi por juego su primer libro, El misterioso caso de Styles, actualizando una antigua apuesta hecha con su hermana Madge quien le dijese a ver si era capaz de escribir una novela. Ágatha lo hizo, la envió por correo a tres editoriales que se lo devolvieron y a la cuarta fue la vencida. Ella se había olvidado totalmente del asunto –así lo confiesa en su autobiografía-, porque la respuesta tardó muchos meses en llegar, pero el editor la llamó y éste fue el comienzo de su fulgurante carrera. Claro que no todo el mundo es Ágatha Christie Mallowan, que como Mary Wesmacott, su alias, escribiera otras novelas que nada tenían que ver con el género negro, y que, para que veas, compares y pienses, aunque muy buenas, no han conseguido la popularidad de las policíacas.

Otro caso, digno de tener en cuenta por lo puramente casual de su nacimiento, fue Alicia en el país de las Maravillas, primero cuento oral y que, a petición de un público infantil, tres niñas, acabó convirtiéndose en un best seller que desafía el trascurso del tiempo, y que a quien primero sorprendió fue al propio Lewis Carroll, pues nunca, ni en sus más disparatados sueños hubiera sido capaz de llegar a imaginar el enorme éxito de su obrita, surgido una plácida tarde de verano ante las exigencias de las tres hermanitas Lidell.

(¿Tal vez el éxito literario se obtiene cuando no se espera?)

En muchas ocasiones, por no decir en casi todas, el aprendiz de escritor se deja deslumbrar por el brillo del triunfo de tres o cuatro, cinco, seis, siete, hasta diez, nombres que parecen focos en el panorama literario, o sea, los consagrados, y les envidia desde el fondo de su corazoncito, porque tal vez lo que él quiere es eso precisamente, brillar, destacar, SER... lo que evidentemente todavía no es, pero ignora que el camino, y no me cansaré de repetirlo, es de los más difíciles y que para conseguir ese éxito tan soñado hay que tener, en primer lugar, una enorme paciencia, ya que sin ella nunca lo logrará. Y esta es precisamente la piedra de toque del escritor auténtico, no del que se deja sugestionar por las luces de neón; el autentico escritor, el novelista nato, tiene que escribir “porque si no escribe se muere”, según afirma muy inteligentemente el editor Mario Muchnik, y es la pura verdad.

El escritor nace, no se hace, alguien que carezca de talento nunca lo conseguirá por mucho que lo intente, y si aguanta hasta el final devoluciones, desprecios, incluso insultos a veces disfrazados de crítica no precisamente constructiva, entonces es un escritor de raza, es decir, un superviviente de sí mismo, y conseguirá alcanzar la meta, puede que no en vida, o bien tardíamente, o con menguado éxito económico, pero no se trata de eso sino de que un día la gente llegue a admirarle por su talento y valía, que, a fin de cuentas, es lo único que debe importarle a un autor, que su obra perdure a través del tiempo.

Si has leído hasta llegar a este punto y recuerdas mi pregunta del principio, reflexiona sobre ella; en caso de que te decidas a seguir pues adelante, te aseguro que no caminarás en solitario, y, al menos ya sabrás a que atenerte.

Otro día te contaré que es lo que NO debes hacer si pretendes que te publiquen un libro, ¿vale?

viernes, 22 de junio de 2007

El libro número 7: adiós Harry Potter

Todo llega a su fin en este mundo, hasta la saga de Harry Potter que, para desconsuelo de sus infantiles seguidores, y en algunos casos no tan infantiles, se encuentra a punto de despedirse, eso sí, por la puerta grande... Sin embargo, para aderezar el indeseado momento, ¿qué vamos a hacer sin Harry?, siempre surgen almas caritativas que “animan” los últimas páginas de una saga que ha durado más de siete años si no descontamos el embarazo de su autora que retrasó ligeramente la periódica salida de las aventuras de Harry Potter. ¿Cómo las animan?, muy sencillo, afirmando que han pirateado informáticamente el libro y colgando en la red el resultado de esa “apropiación indebida”, sin embargo la cosa no pasa de ser una anécdota entre otras muchas que ya vienen jalonando de antiguo la trayectoria imparable de la exitosa saga.

Siempre me llamó la atención el que Joanne Katherine Rowling -J.K.Rowling por imposición de sus editores quienes pretendían ocultar que el autor era una mujer, “porque las mujeres no venden”-, eligiera el cabalístico número 7 al programar su serie. Claro que dada la índole de las historias tampoco era como para sorprenderse demasiado; el número 7 encajaba perfectamente con un cuento lleno de magos, brujas, y aprendices de brujo, pero ¿fue elegido en función del tema o antes de escribir la saga, es decir cuando, según Rowling, se le ocurrió la idea de desarrollar el argumento?

El número 7 es un número mágico, eso lo sabe todo el mundo, bueno algunos quizá todavía no, igual que lo es el 3 por aquello de los tres deseos, los tres príncipes, o princesas, en su plano frívolo; en el serio ya son palabras mayores; representa, alma, pasado, presente y futuro, y unido al 4 que simboliza la tierra, es la alianza con la divinidad, todo lo cual nos viene a dar al mencionado 7 que significa la integridad y la universalidad, encontrándolo también ampliamente representado en los cuentos, entonces, ¿por qué no en éste, la larga serie de Harry Potter? Vuelvo a repetir que tratándose de magos y bruj@s, el escoger un séptimo libro para cerrar las aventuras de Harry Potter, es de lo más indicado.

La pregunta del millón es, ¿habrá vida después de Harry Potter?, es decir, ¿continuará escribiendo J.K.Rowling, y si lo hace, sobre qué?

Es lo malo que tienen estos libros únicos en el sentido de que parecen obligar a sus autores a no salirse del género escogido, ni del héroe protagonista, ya que al hacerlo los fans se molestan o no les leen si posteriormente escriben otras cosas. El público no perdona nunca que el escritor se harte del tema o simplemente quiera tomarse unas vacaciones, ya le paso a Conan Doyle cuando decidió “matar” a Holmes para resucitarlo después rápidamente por imperativo público, y Rowling ha amenazado con eliminar para siempre a dos protagonistas puntales de la saga, no obstante está en su derecho, es su obra y son sus personajes, puede hacer con ellos lo que le apetezca, pero, ¿y después?

Joanne Katherine Rowling ha sido una autora decisiva en el mundillo de la literatura infantil, por muy criticada que sea; muchos niños han recobrado el gusto por la lectura con sus novelas, y, sobre todo, han rescatado ese mundo mágico tan afín a la infancia y que desgraciadamente en los últimos tiempos se ha visto suplantado por historias de ficción del todo impropias para niñ@s.

Se rumorea que Rowling ha dicho que piensa escribir una enciclopedia dedicada al universo de Harry, ¿será éste el premio de consolación para sus desconsolados admiradores?

lunes, 18 de junio de 2007

Nueva en esta plaza

Me llamo Estrella Cardona Gamio y soy escritora, tengo una página web conjuntamente con mi hermana, que es la webmaster, y una página personal, mi hermana sigue siendo la webmaster, y ahora una editorial de verdad C. CARDONA GAMIO EDICIONES de la que mi hermana Concha es la editora y yo la autora de cuanto hasta el momento se ha publicado, o sea del manual Taller libre de Literatura –respuestas a preguntas de escritores noveles- y Adriel B., -la novela de una alcohólica-, a las que seguirán libros de relatos, cuentos infantiles y etc .
Se trata de una editorial familiar y pequeñita con apenas ocho meses de rodaje, la página web tiene siete años y gracias a ella, por la acogida que tuvo entre el público lector, nos decidimos a dar el salto al papel. En el presente ya tenemos cubierto nuestro programa de publicaciones y aún es prematuro pensar en ampliar tanto el staff, Concha y yo, como el de andar a la caza de otros autores, pero todo se andará ya que con el tiempo pensamos ensanchar horizontes, aunque de momento se impone la prudencia y el avanzar paso a paso, por lo tanto ruego que nadie envíe originales ya que, lamentándolo, no nos es posible publicarlos por ahora.

A partir de hoy, me tenéis una blogger más en el mundo de los blogs, espero que sea el comienzo de una buena amistad..., ¿os suena de algo? ;-)

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