sábado, 30 de junio de 2007

¿Quieres ser escritor?

¿Quieres ser escritor?, ¿de verdad estás seguro de lo que dices?, ¿y por qué no fontanero, por ejemplo? Es un buen oficio y siempre hay trabajo seguro, o sea, tiene futuro; ¿de qué sirve una carrera universitaria si luego has de acabar barriendo calles, eso, si hay suerte?

No, no me estoy burlando ni soy cruel, es ser realista y sé de lo que me hablo porque soy escritora, ¿sabías que la profesión de escritor, profesión sí, aunque no se cobre un céntimo, es una de las de más riesgo que existen? Por supuesto que no estás haciendo equilibrios sobre un andamio a muchos metros sobre el suelo, pero los equilibrios los haces de otra manera: bailando en la cuerda floja de tus propios anhelantes e insatisfechos sueños.

Ser escritor, ¡que estupendo!, mundos enteros de fantasía que te aguardan inexplorados para rendirse a tu paso, la fama, la gloria, la tele..., la firma de autógrafos, los paparazzi... Oye, ¿tú en que mundo vives?, ¿tan depauperado te has quedado después del esfuerzo que ya deliras?

¿Qué esfuerzo?, te preguntas lleno de inocencia, muy simple joven pardillo, el esfuerzo de escribir, de crear, de robar horas al descanso si tienes la suerte de trabajar en algo que a fin de mes te represente un sueldo, o de subsistir de un paro minúsculo mientras esperas, alimentándote de tus propias esperanzas, en casa de tus padres o en cualquier sitio que te hayan alquilado una habitación, amigos-amigas; ese es el esfuerzo, ¿sabes?, pero no te sientas solo porque desde tiempo inmemorial todos aquellos que se han dedicado a la zarandeada profesión de escritor han conocido la espera desesperanzada, la penuria y la angustia de no saber si algún día, algún día remoto, muy, muy remoto, su talento será reconocido universalmente; muchos han muerto en el empeño, incluso hay quien ha elegido el suicidio, por ejemplo John Kennedy Toole, y otros del disgusto al cabo de los años de haber renunciado, o bien como Herman Melville cuyo Moby Dick fue un fracaso que le empujó a olvidarse de las novelas en aras del bienestar familiar y rip de sus ilusiones, o Emily Dickinson que nunca vio publicada su obra completa y que murió sin saber que en el futuro se reconocería su gran talento poético, o la otra Emily, la Brontë cuya única novela, Cumbres Borrascosas, le ha dado una inmortalidad que en su corta y amargada vida no llegó a sospechar jamás, o Edgar Allan Poe muerto a los 40 años en la miseria y además trastornado por el alcohol...
La galería es larga, ¿sigo?

Tal vez ahora estés frunciendo el ceño y exclames malhumorado: Bueno, ¿y qué me dices de Arthur Conan Doyle, de Dan Brown, o de García Márquez, eh?

Pues mira, hablando de García Márquez, no creas que es oro todo lo que reluce, porque este Premio Nobel lo pasó muy mal antes de triunfar, es decir, conoció ese vía crucis tan poco agradable por el que han de transitar todos cuantos quieren ser escritores, en su caso concreto: el empeño en el Monte de Piedad y también la venta de pequeñas joyas heredadas que luego resultaron carecer de ningún valor, el dividir en dos el original de Cien años de soledad por falta de dinero para mandarlo completo por correo, con el agravante de que, a causa de los nervios, enviaron la segunda parte y no la primera...

En cuanto a Dan Brown, contado personalmente por él en una entrevista televisada, al principio de su carrera y con varios libros en el mercado, cuando le llamaban de grandes almacenes para firmar, no era el público el que hacía cola esperando su dedicatoria, sino empleados de la empresa, con fin de que el escritor creyera que eran lectores suyos y no se desmoralizase en vista del poco éxito de ventas obtenido.

Y por lo que respecta a Conan Doyle, tienes que saber que sus dos primeras novelas sobre Sherlock Holmes fueron sendos fracasos que tal vez le hubieran obligado a renunciar de no haberle aconsejado un editor que en lugar de novelas sobre el detective escribiese relatos cortos.

Sé que puedes argüir que existen novelistas de triunfo rápido porque eso te han hecho creer las tentadoras sirenas del marketing; si escarbases un poco comprobarías que ese éxito inmediato se sustenta a veces en años, o traumáticos meses de espera, y para muestra ahí tenemos a Christopher Paolini y a J.K. Rowling, cuya espera previa alcanza el final feliz del mejor cuento de hadas. La Rowling porque, divorciada y madre de una niñita de corta edad, fue escribiendo Harry Potter por los cafés, con su niña al lado en el cochecito; en casa no tenía calefacción y vivía de un subsidio de la beneficencia. Tuvo que hacer copias del primer cuento de la saga y menguaba sensiblemente su economía el hacerlas, se lo devolvieron varios editores y la leyenda afirma que cuando llegó a Bloomsbury, no lo descubrió su editor precisamente sino, se afirma, la hija de éste, otra niña, al hojearlo, comenzar a leerlo y no parar hasta el final, diciendo entonces muy resuelta: ¡Quiero más!

Christopher Paolini ofrece una historia similar: a los catorce años empieza a escribir Eragon, su padre se lo publica con muchas dificultades económicas en una edición familiar, comenzando el peregrinaje de ir de librería en librería y de presentaciones en las que el joven Christopher iba disfrazado de personaje de cuento, el suyo, haciendo espectáculo, hasta que un día el autor Carl Hiasen, casado con una señora que tiene un hijo adolescente, va de vacaciones al pueblo en donde vive el joven novelista y su hijastro entra en una librería, encuentra el cuento, lo compra, se lo lee y convence al marido de su madre para que a su vez lo lea “porque es estupendo”... El resto es bien conocido: Carl Hiasen se pone en contacto con la editorial que le publica sus libros, y Paolini entra en la leyenda de los afortunados. ¿Puede hablarse de que las cosas se solucionaron por arte de birlibirloque?, ¿de qué el éxito llovió del cielo?, me parece que no porque fueron años de trabajo duro antes de conseguirlo.

El único caso que conozco en el que efectivamente la buena suerte interviene sin ser “ayudada” por intermediarios influyentes, es el de Ágatha Christie que escribió casi por juego su primer libro, El misterioso caso de Styles, actualizando una antigua apuesta hecha con su hermana Madge quien le dijese a ver si era capaz de escribir una novela. Ágatha lo hizo, la envió por correo a tres editoriales que se lo devolvieron y a la cuarta fue la vencida. Ella se había olvidado totalmente del asunto –así lo confiesa en su autobiografía-, porque la respuesta tardó muchos meses en llegar, pero el editor la llamó y éste fue el comienzo de su fulgurante carrera. Claro que no todo el mundo es Ágatha Christie Mallowan, que como Mary Wesmacott, su alias, escribiera otras novelas que nada tenían que ver con el género negro, y que, para que veas, compares y pienses, aunque muy buenas, no han conseguido la popularidad de las policíacas.

Otro caso, digno de tener en cuenta por lo puramente casual de su nacimiento, fue Alicia en el país de las Maravillas, primero cuento oral y que, a petición de un público infantil, tres niñas, acabó convirtiéndose en un best seller que desafía el trascurso del tiempo, y que a quien primero sorprendió fue al propio Lewis Carroll, pues nunca, ni en sus más disparatados sueños hubiera sido capaz de llegar a imaginar el enorme éxito de su obrita, surgido una plácida tarde de verano ante las exigencias de las tres hermanitas Lidell.

(¿Tal vez el éxito literario se obtiene cuando no se espera?)

En muchas ocasiones, por no decir en casi todas, el aprendiz de escritor se deja deslumbrar por el brillo del triunfo de tres o cuatro, cinco, seis, siete, hasta diez, nombres que parecen focos en el panorama literario, o sea, los consagrados, y les envidia desde el fondo de su corazoncito, porque tal vez lo que él quiere es eso precisamente, brillar, destacar, SER... lo que evidentemente todavía no es, pero ignora que el camino, y no me cansaré de repetirlo, es de los más difíciles y que para conseguir ese éxito tan soñado hay que tener, en primer lugar, una enorme paciencia, ya que sin ella nunca lo logrará. Y esta es precisamente la piedra de toque del escritor auténtico, no del que se deja sugestionar por las luces de neón; el autentico escritor, el novelista nato, tiene que escribir “porque si no escribe se muere”, según afirma muy inteligentemente el editor Mario Muchnik, y es la pura verdad.

El escritor nace, no se hace, alguien que carezca de talento nunca lo conseguirá por mucho que lo intente, y si aguanta hasta el final devoluciones, desprecios, incluso insultos a veces disfrazados de crítica no precisamente constructiva, entonces es un escritor de raza, es decir, un superviviente de sí mismo, y conseguirá alcanzar la meta, puede que no en vida, o bien tardíamente, o con menguado éxito económico, pero no se trata de eso sino de que un día la gente llegue a admirarle por su talento y valía, que, a fin de cuentas, es lo único que debe importarle a un autor, que su obra perdure a través del tiempo.

Si has leído hasta llegar a este punto y recuerdas mi pregunta del principio, reflexiona sobre ella; en caso de que te decidas a seguir pues adelante, te aseguro que no caminarás en solitario, y, al menos ya sabrás a que atenerte.

Otro día te contaré que es lo que NO debes hacer si pretendes que te publiquen un libro, ¿vale?

4 comentarios:

FRANCISCO DE BORJA dijo...

Bienvenida al mundo bloguero y bien hallada por el bien de la Literatura. ¡ Enhorabuena, amiga!. Un abrazo. Francico de Borja

David Colina dijo...

Hola, que vainas esto de ser escritor. Yo hace ya algún rato que escribo y, nada, pero da como una alegría poder hacerlo. Tengo mi blog, ahí pongo algunos textos y casi nadie los lee. ¿Díficil? Para nada, perder siempre es más fácil. Estrella, mis saludos, escribes muy bien.

Estrella Cardona Gamio dijo...

Hola Maldoror:
Bueno, es lo que tiene eso de la literatura, empiezas y no puedes acabar, porque realmente lo único que cuenta es poder escribir, ¿no te parece?, lo demás viene por añadidura, además, si uno no hace nada es muy difícil que llegue a algo, tienes razón, perder siempre es más fácil... pero no recomendable ;-)
Gracias por tus palabras.
Estrella

Estrella Cardona Gamio dijo...

Hola Francisco:
Muchas gracias y felicidades a tí también por tus recientes logros.
Cordialmente,
Estrella

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