viernes, 28 de septiembre de 2007

Alcoholismo y literatura

Últimamente, los medios de comunicación, vienen divulgando una campaña destinada a alertar sobre los peligros del alcohol. En ella se reconoce ya que el alcohol es una droga dura, que no se trata de un vicio vergonzante sino una enfermedad y muy grave.

Si tenemos presente que el alcohólico nace y no se hace, es decir, que la persona lo lleva dentro, que es una enfermedad, que es genético y por ello hereditario –esto, refrendado por las estadísticas, que luego han venido a apoyar investigaciones médicas–, lo más importante es no llevar a nadie, a temprana edad, a su descubrimiento, o sea que no es recomendable iniciar a los niños en su consumo, inducidos por el erróneo pensamiento de que: "el vino da sangre, el vino da fuerza, el vino abre el apetito", e incluso, "el vino ayuda a hacer la digestión".


A nadie le agrada el que le señalen como alcohólico ni en el seno familiar es plato favorito tener algún pariente directo que lo sea, pero fingir y encubrir, o decirse a uno mismo "que no pasa nada, que sólo son unos vinos que han caído mal", es la táctica del avestruz.


Existen tres clases de personas bebedoras de alcohol: el bebedor social, que no es alcohólico, pues se toma unas copas pero no reincide en su abuso, el bebedor fuerte, que no es alcohólico pero que puede ingerir grandes cantidades de alcohol y que en cuanto su salud se resiente y con ello su entorno, se detiene, y el bebedor compulsivo, el auténtico alcohólico, que apenas prueba el alcohol sigue bebiendo a todas horas porque le es imposible dejarlo.


Es inexacta la afirmación de que a un alcohólico le empuja a la bebida cualquier problema, ya que para el alcohólico tanto disgustos como alegrías le inducen a beber; son su justificación a la bebida.


Se dice que Edgar Allan Poe se dio a ella después de la muerte de su esposa Virginia, pero eso no es cierto; él ya era genéticamente alcohólico y los sufrimientos vividos no fueron sino la excusa oficial para justificar una enfermedad que entonces no recibía este nombre, y aun hoy en muchos casos, tampoco.


Tenemos también al jovencísimo poeta Rimbaud que solamente tuvo cuatro años de actividad poética, desde los catorce hasta los diez y ocho, regados por el alcohol al que añadió otras substancias en compañía de Verlaine.


A Fernando Pessoa, cuyo final fue muy similar al de Poe: cirrosis, delirium tremens y muerte.


A la novelista alcohólica Carson McCullers.


A Ernest Hemmingway y su reconocida dependencia alcohólica.


A Dashiell Hammett, uno de los "padres" de la novela negra norteamericana.


A James Ellroy, a quien la literatura salvó de morir por causa del alcoholismo heredado de su padre. También en su caso, en apariencia, el desencadenante fue el salvaje asesinato de su madre que le ha traumatizado para siempre desde la infancia.


Y aunque cronológicamente no le pertenezca el último lugar de esta breve lista, R.L. Stevenson fue un gran bebedor, hasta el punto que minutos antes de caer fulminado por el ataque de apoplejía que le condujo a la tumba, llevaba una botella de vino en su mano.


Precisamente es Stevenson a quien debemos una descripción en primera persona de lo que puede ser el alcoholismo ya que en su novela, "El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde" el más célebre estudio literario de un desdoblamiento de personalidad física y mental que refleja magistralmente la transformación absoluta a la que fuerza el alcohol, nos describe como las buenas personas se llegan a convertir en monstruos reales tanto para los demás como para ellos mismos, ya que si en el alcohólico en activo su único amor es la botella, su única razón de ser y de vivir, ni padres, ni hermanos, ni esposas, ni maridos, ni hijos, para el doctor Jekyll la pócima milagrera se convierte en su exclusiva pasión hasta que, ya definitivamente Hyde, un breve instante de lucidez le hace acabar con su propia existencia, lleno de horror ante el engendro en el que ha degenerado.


Si releemos atentamente esta novela corta de Stevenson, descubriremos en boca del doctor Jekyll, los eternos razonamientos de cualquier alcohólico:


"Para tranquilizarte, te diré una cosa: puedo deshacerme de mister Hyde en el momento que lo desee. Te doy mi palabra al respecto y te lo agradezco nuevamente."


(Y en su descripción de los efectos de la pócima)


"Fui presa de los más terribles tormentos: un crujir de huesos, una náusea mortal y un horror del espíritu que no podría ser superado ni en la misma hora del nacimiento o de la muerte. Esta agonía pronto empezó a pasar, y, como quien sale de una grave enfermedad, me fui recobrando. Había algo nuevo en mis sensaciones, algo indescriptiblemente nuevo y, a causa de esta misma novedad, increíblemente dulce. Me sentía más joven, más ligero, más feliz en lo físico; interiormente, tenía conciencia de una fuerte temeridad, en mi imaginación se atropellaban desordenadas imágenes sensuales, los lazos del deber se aflojaban y experimentaba un desconocido, pero no inocente, sentimiento de libertad en el alma."


Por último transcribo este fragmento, singularmente revelador, en la obra de Stevenson:


"No creo que cuando un alcohólico razona consigo mismo acerca de su vida tenga conciencia de los peligros a los que se expone su embrutecedora insensibilidad física."


Todo esto nos lleva a una reflexión, ya que hablamos de literatura, y es que el alcohol no es, entre otras muchas cosas, fuente que inspire, ni nunca lo ha sido y creerlo constituye un grave error puesto que induce a muchos escritores noveles a confundir los términos suponiendo que cuanto más borracho se esté mucho mejor se escribirá, leyenda que hay que erradicar; el alcohol destruye el cerebro a menos que se pare a tiempo; todos estos escritores mencionados no fueron geniales por causa del alcohol sino a pesar de él ya que habrían sido muchísimo mejores sin semejante dependencia, empezando por sus propias vidas que no hubieran conocido el infierno.

viernes, 14 de septiembre de 2007

El horror en los cuentos infantiles

Hace un par o tres de años, más o menos, se descubrió que los Hermanos Grimm habían "censurado" Blancanieves y los 7 enanitos al convertir a la madre de la protagonista, aquella que mientras borda ve caer la nieve por el ventanal, en madrastra, porque desde luego no estaba nada bien visto, y sigue sin estarlo, que una madre pretenda eliminar a su hija, en el caso del cuento con la reincidencia de varios intentos seguidos, para los que no lo sepan: peineta envenenada, corpiño demasiado apretado, y, cómo no, la famosa manzana.

Al tratarse de un cuento infantil se desató una polémica bizantina al respecto, que por suerte para los Grimm no les llevó a los tribunales por razones fáciles de comprender.

La polémica amparábase en que se había tergiversado el cuento, es decir, en que se nos había estafado silenciando la verdad, como si semejante verdad fuera pregonable y digna de ser tenida en consideración. Claro que no es la primera vez que se tacha de "blandos" a los Hermanos Grimm; ellos indultan a Caperucita Roja adaptándola, cosa que Perrault no hace y eso que Charles Perrault a su vez "censuró" totalmente el cuento que en su origen era mucho más fuerte que la segunda parte de El silencio de los corderos, lo que ya es decir tratándose de un cuento infantil... Infantil no sé hasta que punto, la verdad, porque originariamente la relación del lobo con la niña encerraba connotaciones de pedofilia, si vemos en el lobo a un adulto disfrazado, que tal era la idea, y para más inri, todo concluye en un banquete perverso que tiene a la abuela como plato principal degustado entre ambos en buen amor y compañía.

En los cuentos infantiles que leemos a nuestros hijos cuando son pequeños, porque al crecer ellos se buscan sus propias lecturas, se esconden historias horripilantes que estremecen a poco que indaguemos y lo que sorprende es que nadie lo advierta aunque se capten señales delatoras.

Por ejemplo, Piel de Asno es un "inocente" cuentecito que trata del asedio incestuoso de un padre hacia su hija, La Bella del Bosque Durmiente, título real de La bella durmiente, es ni más ni menos que la historia de una violación ya que el original hablaba de que el príncipe encontró a la joven dormida y la violó, abandonándola luego a su suerte. Barba Azul nos relata los manejos de un perfecto asesino en serie, y el canibalismo campa por sus respetos tanto en Pulgarcito como en Hansel y Gretel, poniendo además de relieve en ambos cuentos el abandono criminal de unos padres que los echan al bosque para que se busquen la vida, actitudes que luego se suavizarán en otras versiones al mencionarnos a una malvada madrastra como inductora y a un padre débil y manejable.

Los tres cerditos tienen, como muestra de justicia, connotaciones poco recomendables con el fin en la olla hirviente del famélico lobo, y por lo que hace a Ricitos de Oro y los tres osos la auténtica versión no tenía nada de ingenua.

El cuento de Repunzel tampoco es, por su temática que sin decir nada claro insinúa muchas cosas, muy apropiado para la mente infantil que puede seguir tomando la crueldad como pauta al considerarla natural por lo repetida.

Repunzel, prisionera en un torreón sin puertas a merced de una bruja que la retiene desde la infancia habiéndosela arrebatado previamente a sus padres, conoce el amor de un príncipe que trepa hasta su alcoba por medio de las trenzas que ella le arroja como escalera y que descubierto por la bruja celosa, es arrojado desde lo alto sobre una mata espinosa que le deja ciego y condenado a errar por los caminos hasta que se encuentra a Repunzel, madre de un niño, quien con sus lágrimas le cura de la ceguera.

Casi todos los cuentos infantiles tienen sus orígenes en historias, o leyendas, espeluznantes y lo que resulta incomprensible es que hayan llegado hasta nuestros días, mejor dicho, hayan resistido el paso del tiempo, hasta llegar al día de hoy, por supuesto convenientemente disfrazados, como si la esencia se quisiera guardar en diferente envase.

Ese horror, sin embargo, disimulado o no, curiosamente atrae a la chiquillería como la miel a las moscas y esto me lleva a contar que en cierta ocasión pude oír unas declaraciones televisivas en las cuales la actriz Geraldine Chaplin, hija de Charlot, relataba como su padre, a la hora de dormir, les escenificaba cuentos inventados por él, de lo más pavoroso e incluso sádico y que ellos, recordemos que Charlot tuvo muchos hijos con su última esposa, no sólo se los pedían sino que se lo pasaban en grande, muertos de miedo, escuchándole.

La atracción por los cuentos siniestros perdura todavía en los adultos como legado de nuestra infancia, de ahí los relatos de terror de diferentes autores clásicos y que tanto nos gustan, Poe, Maupassant, Bierce, Bécquer, entre otros muchos, claro que estos son para mayores y lógicamente no aptos para menores, pero la semilla se esconde desvergonzadamente en los cuentos que o bien leímos o nos leyeron en la niñez, y eso es lo que me maravilla, que nadie, en otros tiempos, en otros siglos diría mejor, no se apercibiese de las barbaridades que estaba poniendo al alcance de sus pequeños oyentes. Obviamente se suponía que eran cuentos educativos ya que a más horrores la conducta futura se condicionaba y así se inspiraron en "héroes" de muy dudosa reputación, damas sanguinarias, que pueden encubrir a madres desnaturalizadas, o bien monstruos de la catadura de un reprobable Gilles de Rais que ha dejado su infernal recuerdo en la historia como individuo sin entrañas.

Yo he leído la traducción inglesa de algunos cuentos escandinavos que no tienen desperdicio ya que el cúmulo de salvajadas que en ellos se cometen erizan los cabellos, y eso se les daba también de lectura a los niños.

No entiendo el por qué semejante fórmula fuese tan explotada, aunque, deteniéndonos a reflexionar tal vez pueda agregársele otra explicación: no está de más advertir a los niños de los peligros que vayan a salirles al paso de la mano de muchas personas que aparentando ser una cosa son todo lo contrario.

Ahora bien, la tradición de sobrecoger con lecturas moralizantes, se convirtió en norma sin ser cuestionada, y así nos encontramos con un Hans Christian Andersen, la mayoría de cuyos cuentos nunca he encontrado apropiados para niños, a mí en la infancia me provocaban pesadillas, en los cuales el sufrimiento sin redención de los personajes, pocos se libraban, lo tenemos prolijamente descrito en El patito feo, Los zapatitos rojos, La sirenita, La pequeña cerillera, El soldadito de plomo, y un amplio etcétera de relatos a cual más angustioso.

En la actualidad, estos cuentos aterradores, y no me estoy refiriendo ahora precisamente a los de Andersen, pueden encontrarse en la crónica de sucesos diaria, pero en su auténtica versión sin maquillar; es de suponer que el paso del tiempo los tamice tanto que finalmente se conviertan a su vez en cuentos para los niños de siglos futuros porque, desafortunadamente, todas las épocas poseen su propia cantera.

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