viernes, 19 de octubre de 2007

Adriel B., y los ratones alcohólicos

Leí no hace mucho que experimentos efectuados con ratones y ratas para erradicar el alcoholismo del ser humano, habían dado excelentes resultados; según parece estos experimentos venían precedidos de otros que se hicieran antes para quitar del vicio del tabaco con óptimos resultados, y yo me pregunto, ¿desde cuando ratones y ratas frecuentan los bares como clientes y, además, fuman?

Aunque este tipo de roedores se parecen bastante genéticamente a los humanos, tanto que podríamos llamarlos primos, o al menos eso afirman quienes guiados por sus estudios científicos de parentescos entienden, lo cierto es que no deja de sorprendes el hecho de que unos animalitos entre cuyas costumbres no se halla ni el beber alcohol ni el fumar, puedan ser curados a nivel de laboratorio. ¿No sería mejor experimentar con adictos al alcohol y al tabaco?

Este interrogante se dirige directamente a la ciencia, mejor dicho, a sus sumos sacerdotes los científicos. Que un ratón, o una rata, se vuelvan abstemios o no fumadores, francamente lo encuentro de chiste malo; ¿saben esos científicos bien lo que se dicen?

Yo he escrito una novela Adriel B., en la que hablo del alcoholismo y no en plan de cuento de ciencia-ficción sino como una triste realidad, y no hablo por hablar ya que investigué a fondo sobre el tema documentándome y asistiendo a reuniones abiertas de Alcohólicos Anónimos y ningún super roedor salva a mi protagonista de su alcoholismo. No hay fórmulas mágicas, Adriel es alcohólica y aprender a convivir con su enfermedad sin recaer en la adicción, es una labor de buena voluntad y disciplina no de componendas milagrosas ni en base a experimentar con unos animalitos que nunca se han distinguido por su afición al vino.

Ya sería hora de que dejase de investigarse a través de los animales para erradicar tanto adicciones como enfermedades humanas, y de someterles a las torturas que se les infligen como las pruebas de alergias con productos de belleza femeninos; ni perros ni gatos, ni otros animales, se pintan los ojos o los labios, se tiñen el pelo o se aplican maquillaje, o gastan en perfumes y colonias o se aplican cremas rejuvenecedoras, ¿a qué viene pues el utilizarlos en experimentos totalmente fuera de lugar?


Las enfermedades de los humanos, y sus alergias, a los humanos competen, y bastante gente se ofrecería gustosa a esas pruebas, medio pago, naturalmente.

Los tests serían mucho más fiables entonces, como cuando se realizaron experimentos sobre resfriados con personas voluntarias.

Esto me trae a la mente a Christopher Reeve, el tristemente desaparecido Superman, que se ofreció sin remilgos a cuantas pruebas quisieran hacer con él, para intentar devolverle el movimiento.

¿Cuesta tanto ser razonable?

domingo, 7 de octubre de 2007

El traje nuevo del emperador



Cuando Dan Brown se hizo famoso con su Código da Vinci, empezaron a lloverle las críticas desde dos frentes por completo opuestos, y es acerca de uno de ellos sobre el que deseo escribir.

Tal vez porque el éxito desata muchas envidias, nadie quiere reconocerle talento como novelista, e incluso se insinúa que él no escribe sus obras sino que es su esposa quien lo hace, pareciendo que con esta nueva acusación se le desprestigia aún más, primero no es buen escritor, después no es autor de lo que firma; si nos atuviéramos a esto último quedaría zanjada la cuestión de una manera bastante incongruente, ¿no os parece?



Pero, vamos a ver, ¿en qué consiste ser un buen novelista? En literatura no hay reglas fijas que lo determinen por la sencilla razón de que quien decide finalmente siempre es el público por encima de críticos pedantes u operaciones de marketing oportunistas, y esto se ha visto ampliamente confirmado no sólo con la acogida que ha tenido su libro sino, lo uno ha traído lo otro, por que ha creado escuela. A los hechos me remito, salir El código da Vinci y crecerle secuelas como hongos, todo ha sido uno; lo más gracioso del caso es que estos imitadores también le critican cuando, estando muy por debajo de él, no hacen más que seguir sus huellas.


En literatura sucede como con El traje nuevo del emperador -aquel cuento que Andersen escribió inspirándose en otro-; es de buen tono decir que se ve un traje inexistente si los que saben más que nosotros (?) afirman que así es, y sólo los niños, en el cuento, pueden señalar la verdad. Digo bien en el cuento, en la realidad es mejor callar o criticar, todo antes que decir nuestra sincera opinión respecto a la obra de Dan Brown. Yo no comparto ese modo de pensar y pregunto: ¿a qué se llama escribir bien?, o, ¿qué se entiende por escribir bien?


Para mí novelar bien es hacer una obra, luego inolvidable en el recuerdo, que tenga garra e interés, y que haga que la leas casi de un tirón, siendo eso precisamente lo que encontramos en las novelas de Dan Brown. ¿Acaso Asimov era un académico de la lengua?, no, pero sus novelas siguen siendo leídas con avidez por los amantes del género, y nadie puede negarle el éxito obtenido en sus primeros tiempos, porque después, según parece, vivió de ello e incluso echó mano de "negros" literarios ya que su producción es exhaustiva y bastaba con que oficiara de supervisor.


La literatura se divide en dos grandes sectores, literatura de evasión y literatura comprometida, trascendente y con mensaje. No obstante, seamos sinceros, ¿quién no prefiere ese tipo de evasión a deprimirse leyendo una novela que nos pone un espejo delante de los propios ojos, recordándonos nuestras miserias, nuestras angustias y nuestros miedos? No es que le niegue el mérito a este tipo de literatura, lo tiene, pero no se han de denostar las novelas de evasión por miedo a pasar por inculto o ignorante, hay que tener esa valentía y huir del snobismo, aunque, lo cortés no quita lo valiente, honestamente, puedan conciliarse ambas vertientes, ya que los extremos nunca son recomendables.


Yo he leído novelas de profundos y sesudos autores que parecían jugar a la ceremonia de confusión con sus textos, argumentos semejantes a muñecas rusas y que, en este caso, no conducen a ninguna parte ya que el laberinto comienza en el primer capítulo y después se hace tan sumamente intrincado que desde luego, cuando llega el final, descansas pero te consideras ligeramente estafado, por no decir del todo, leyendo un desenlace que parece burlar tu buena fe al haberte hecho recorrer pacientemente el itinerario de una novela envuelta en el caramelo de trascendencias filosóficas que después se diluyen en la nada.


De una de estas novelas leí la crítica y me hizo mucha gracia ver como quien la redactara parecía un equilibrista en la cuerda floja intentando justificar tal cúmulo de divagaciones a cual más absurda, y luego, al finalizarla, el pobre crítico afirmaba que el universo creado por X, era sumamente abstruso para ser comprendido sin pararse a meditarlo con detenimiento, supongo que resultaba obligado atestiguar que el emperador había estrenado un nuevo traje.


De manera casual, mientras empezaba a escribir el presente artículo, he leído unas declaraciones del profesor de arte y experto mundial en delitos artísticos, ahora también escritor, Noah Charney, quien hablando de El código da Vinci, dice significativamente que si bien el libro le enganchó pero que era frustrante por sus inexactitudes –vuelvo a repetir que en ese tema no entro-, pensó "que si podía alcanzar la misma fuerza narrativa, solo contando la historia cierta de todo lo relacionado con el mundo del arte, tendría la combinación perfecta".


Fijémonos que menciona "la misma fuerza narrativa", es decir que le reconoce a Dan Brown al menos un mérito y no se recata en admitirlo, cosa que no hacen otros cuando se muestran disconformes con su obra.


Y a eso voy precisamente, a la fuerza narrativa de Brown, que sea cual sea el tema que desarrolle lo hace con pulso de novelista; el lector comienza intrigado por una situación impactante y misteriosa, continúa leyendo y la aventura servida no le defrauda en absoluto, tomemos por ejemplo su primera novela La fortaleza digital, o La conspiración, o Ángeles y Demonios, y nos hallamos ante historias trepidantes cuyo interés no decae ni un segundo y al que de todo corazón le agradeces que, al menos por unas horas, te haya apartado de la siniestra tensión existencial del mundo en el cual vives.


Pura carpintería literaria, muy bien manejada y expuesta y de la que mucho novatillo criticón podría tomar ejemplo, y también alguna pluma de las llamadas consagradas, sobre todo en nuestro país, ahora que a varios les ha dado por apuntarse al carro de las intrigas de un género que podríamos denominar "browniano".

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