jueves, 23 de abril de 2009

Stieg Larsson o triunfar después de morir

Ignoro si alguna vez a Stieg Larsson le echaron la buenaventura, pero si fue así, hipotético caso, imagino que la adivina se vería en el compromiso de no saber como decirle que le aguardaba la fama a través de su trilogía Millennium, que sus libros, traducidos a muchos idiomas, se venderían por millones, que se realizarían películas con ellos y que, por todo esto, sería un autor apreciado y reconocido... pero que no podría disfrutar de su buena suerte porque cuando llegara él estaría muerto.

Muerto a los cincuenta años de un ataque al corazón, sin dejar más herederos que a su padre y a su hermano con los que casualmente no se avenía, apartada de la herencia la mujer con la que convivió muchos años, y que, por no estar casada con él, no ha recibido absolutamente nada pese a hallarse a su lado hasta el último momento, dudo que se hubiera sentido muy feliz de haber escuchado semejantes augurios.

Y ahora viene la pregunta del millón, ¿qué es lo que importa más, el autor o su obra, el padre o la criatura? Bien que nadie es eterno, eso ya lo sabemos, bien que las obras sobreviven a quienes las escribieron, pero es muy triste que se haya ido de este mundo ignorante de que su obra iba a vivir por él, no el resto de una vida, la de Stieg, sino la existencia que sólo pertenece a los libros dentro de la relativa eternidad de nuestro planeta.

Muchas veces me he preguntado si los seres de ficción, a fuerza de ser leídas sus aventuras, no cobran vida en un mundo paralelo y adquieren la corporeidad física que les niega el nuestro. Por ejemplo, Don Quijote cabalgando eternamente, Holmes y Watson atrapados en su universo victoriano que inexplicablemente trasciende, los Tres Mosqueteros, todos para uno, uno para todos, metidos en intrigas palaciegas que salvaguarden el honor de su reina; al menos, para el público ellos están vivos y cada nuevo lector que los descubre les inyecta renovada vitalidad... o eso deseo creer.

Según parece, Stieg Larsson escribía velozmente sus novelas, ya que afirmaba que era un género sencillo (?), y premonitoriamente escribió la última con rapidez ya que después de hacerlo, y haberla entregado, falleció, quedando en el aire las siete restantes que pensaba desarrollar en el futuro y que siempre desconoceremos hasta que un editor oportunista decida contratar los servicios de otro literato que se avenga a escribir las secuelas restantes, pero nunca será lo mismo.

Larsson fue periodista y de los comprometidos, editor de la revista Expofundation y autor de libros de denuncia, una única entrevista en su vida realizada a finales de octubre del 2004 por Lasse Winkler para Svensk Bokhandel, y una muy singular anécdota que cuenta en ella: su personaje de Lisbeth Salander está inspirado en Pippi Calzaslargas, curioso, ¿no?

Yo todavía no he leído ninguna de sus novelas, las dos primeras aquí traducidas, e ignoro realmente de que van, cuando publiquen en junio La reina en el palacio de las corrientes de aire, adquiriré también las otras dos cuyos títulos no hace falta mencionar ya que son de sobras conocidos. Entonces volveré a hablar de Stieg Larsson pero como lectora.

Toda esta historia tan triste me trae a la memoria un caso desconcertante que ocurrió hace años, bastantes, en España. Un premio literario muy renombrado fue concedido a la novela de un autor desconocido y cuando se hizo público el nombre se descubrió que el autor había muerto tras larga enfermedad hacía unos pocos días. ¿Cuál fue la reacción del jurado ante semejante noticia?, pues le quitaron el premio debido a su fallecimiento, tal como suena, y yo siempre me he preguntado, ¿si la novela mereció el galardón, por qué descalificarla?, ya que por esta regla de tres hace tiempo que la humanidad habría enterrado, junto con sus autores, a las grandes obras de la literatura universal; no es aquello de "no es país para viejos" sino "no es país para los escritores muertos".

Stieg Larsson ha fallecido ¡viva Stieg Larsson!

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