domingo, 29 de noviembre de 2009

Otra barbaridad: el toro embolado


Decía Gandhi, un país, una civilización, se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales. Entonces, si me atengo a este pensamiento llego a una conclusión muy triste y descorazonadora, que, si a España, tuvieran que juzgarla por el trato que da a los animales, el suspenso sería de los que marcan records, aunque exista un tanto por ciento muy pequeño que luche por sus derechos y cuya existencia hay que señalar con el debido reconocimiento.

Ya hablé en su día del sacrificio del Toro de la Vega, en una segunda ocasión del mal estado de las perreras nacionales que son auténticas antesalas de la muerte para los animales que sus amos abandonan, y ahora le toca el turno al embolado de los toros, otra muestra de barbarie impropia de un pueblo que se autodenomina a sí mismo civilizado.

Y, ¿hasta cuándo, hasta cuándo seguiremos así, bajando nuestro nivel hasta la prehistoria a partir del momento que el hombre descubrió el fuego?

Para muestra un botón, escribo los dos artículos mencionados antes y la respuesta de los lectores ha sido mínima, ese uno por ciento es al que antes aludía al comentar que, en nuestro país, las mayorías miran para otro lado y sólo muy pocos ofrecen síntomas de tener sensibilidad, bien por ellos.

Muchas veces he pensado que si el circo romano estuviera permitido en nuestros días, se televisaría con mucho placer tanto para quienes lo produjesen como para quienes lo visionaran, e incluso se harían quinielas, las antiguas apuestas del pueblo romano, y nadie se ruborizaría por ello ¿por qué habrían de hacerlo?

Sí, ¿por qué?, todo es cuestión de acostumbrarse,¿no les parece a ustedes?

El otro día escuché por radio, en una emisión nocturna, como un señor aseguraba muy convencido que el toro embolado no sufría lo más mínimo con esta práctica y que, además era un privilegiado (?), ya que sus dueños les trataban con mimo y solicitud, buenos pastos en verdes prados, para llevarlos de espectáculo en espectáculo por los pueblos que los requiriesen, y el toro tan feliz igual que un actor a la espera de lucimiento ante su público.

Si lo que contaba ese señor es cierto, y además él lo aplaude, encuentro su actitud de una frivolidad que no tiene calificativos; ¿cómo puede un toro ser feliz con la cornamenta en llamas durante media hora, corriendo hostigado entre los gritos de la muchedumbre?

Tan feliz no debe ser cuando en las Fiestas de Loreto de septiembre de este año en Jabea, Alicante, el toro embolado se arrojó al mar enloquecido, muriendo ahogado Eso no tiene nombre aunque se le otorgue el de entretenimiento lúdico cuando en realidad es una barbaridad llevada a cabo por salvajes, gentes insensibles al sufrimiento ajeno, que con exclamar: ¡bah, son animales y los animales no sienten!, ya lo tienen todo dicho.

(Para conocimiento de quienes lo ignoran explicaré en que consiste el “embolamiento” de los toros y ustedes mismos extraigan sus conclusiones y juzguen.

Embolar consiste en colocarle al toro en las astas sendas bolas de estopa de cáñamo empapada en líquido combustible a las que inmediatamente se prende fuego. Obviamente el toro ha de estar sujeto al realizar la operación, luego se le da suelta y el espectáculo continua mientras las bolas arden.)

Sugiero que meditemos sobre la frase de Mahatma Gandhi.

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