jueves, 20 de junio de 2013

Sobre encuestas y escritor@s


He terminado de leer hace poco La palabra se hizo carne de Donna Leon, una escritora nacida en Norteamérica pero hija de padres españoles, y que escribe sus novelas policíacas en Venecia para una editorial alemana.

Descubrí a Donna Leon hace unos años y quedé fascinada con la personalidad de su comisario Guido Brunetti, de todos los investigadores que llevo leídos, el más entrañable. Bien, pues a Donna Leon la denominan la mejor autora de novela negra europea, y eso lo dice The Chicago Tribune. Al margen de nacionalidades, Donna Leon es una excelente escritora que sabe conjugar el suspense con la vida cotidiana de su personaje, un bonachón padre de familia con hijos en la edad difícil y una esposa profesora de literatura que, además, tiene tiempo para cocinar.

Las novelas de Donna Leon se caracterizan por su denuncia social en este corrupto mundo nuestro, en el cual Venecia parece ser un microcosmos. La novelista es una mujer valiente a la hora de convertir sus denuncias en literatura y te llega a lo más hondo con los casos que relata, nada exótico ni misterioso ya que desgraciadamente la prensa se encarga a diario de ilustrarnos con sucesos similares y muy reales, pero no es la única; en los últimos años del siglo pasado ya empezó a insinuarse el nuevo derrotero de la novelística policíaca. Los asesinos dejaron de ser personas corrientes y sus móviles la venganza, los celos, estando situada la codicia, causa eterna, en un segundo o tercer lugar. Tomaron el testigo los psicópatas en todas sus variantes, y ahora son los casos de corrupción los que animan el escenario, a juzgar por el éxito de Mankell, Stieg Larssson... y Donna Leon, claro.

Recientemente he tenido ocasión de leer una bien documentada encuesta de Marta Querol, en la que se trataba el tema, ya antiguo, sobre si las escritoras, lógicamente mujeres, son novelistas inferiores a sus colegas hombres, a la hora de escribir obras policíacas.

Si repasamos la historia del crimen literario encontramos que una mayoría. muy apreciable, y de categoría internacional, es femenina, empezando por Ágatha Christie (a la que, por cierto no cesan de minimizar muchos qué más quisieran parecérsele), y llegando hasta Donna Leon que comparte fama con toda esa corte de excelentes autoras nórdicas repartidas entre Suecia, Noruega y Dinamarca, reinas del crimen con todos sus merecimientos.

Contra el machista prejuicio de que la mujer, ser inferior por naturaleza, no sabe escribir thrillers y sí sólo ñoñerías románticas, os cito solamente a Ása Larsson que no regatea hemoglobina a la hora de escribir. Que los escritores olviden a estas autoras cuando elaboran sus rankings, no me extraña en absoluto, la competencia nunca interesa. Una competencia que en el pasado obligó a muchas escritoras a usar nombres masculinos para pasar desapercibidas, otro ejemplo, George Eliot seudónimo de la novelista inglesa Mary Ann Evans.

(Yo publiqué una novela, La otra vida de T. Loure, cuyo argumento se basa en esa discriminación: época los años 50 del pasado siglo en España. Teresa Loure es una escritora a quien gustándole escribir novelas del Oeste, tiene que adoptar un seudónimo masculino y fingir que su autor es un hermano inexistente porque no está bien visto que una mujer desarrolle esa clase de argumentos, netamente masculinos).

Las mujeres podemos ser, novelísticamente hablando, mucho más violentas y salvajes que los hombres a la hora de escribir, dos ejemplos, los Cuentos Góticos de Elizabeth Gaskell, y Cumbres Borrascosas de Emily Brönte de la que comentó The Examiner en su momento:

“(...) salvaje inconexa e improbable... los personajes que componen la obra, bastante trágica en sus consecuencias, son primitivos, más brutos que los que vivían antes de los tiempos de Homero”.

Y no nos olvidemos de Mary Shelley, cuya fama ha superado a la de un marido poeta, Percival Shelley, con su nada acaramelado Frankentein.

Los hombres y las mujeres somos iguales pese a quien pese, la diferencia consiste en que el hombre es más fuerte físicamente, y fisiológicamente distinto, eso es innegable, pero por lo demás, tenemos las mismas necesidades, las mismas virtudes y los mismos defectos, no en balde los hemos heredado de nuestros padres y de nuestras madres.

Y ahora quiero hacer una puntualización que supongo gustará a muy pocos: la mejor novela romántica de los últimos años, una obra llena de sensibilidad, delicadeza y buen gusto, fue escrita por un hombre Los puentes de Madison County, autor Robert James Waller. No pretendo decir con esto que Waller sea superior a las mujeres escritoras, solamente resaltar que si un hombre puede escribir este tipo de novelas, una mujer puede hacer lo mismo incursionando en el terreno literario masculino.

Y por lo que hace a la encuesta que realizó Marta Querol, no pongo en duda su veracidad, pero desde que estoy en Internet he leído muchas y los resultados invariablemente oscilan; en unas se decía que las mujeres leían más que los hombres y viceversa en otras. Siempre son muy relativas y desde luego la discusión es interminable, puede serlo, porque nadie se pone nunca de acuerdo, ya que el ego masculino no admite rivales.

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